09 noviembre 2009



Duelo triple

Por Pepa Valenzuela

Estoy en pijama, con los ojos hinchados de tanto llorar y el pelo revuelto cuando suena el timbre de mi departamento. Es la Carlita. Viene en mi rescate con una coca cola light en la mano y un paquete de cereales en la otra. “¿Viste? No te traje pisco sour”, me dice mi amiga y entra como Pedro por su casa, me da un abrazo de oso mientras yo le mojo con lagrimones su polera, se hace unos cereales con yogurt, me da bebida y se sienta en la alfombra de mi living. Hace un mes justo que a las dos, a las tres en realidad, porque la Cata no está porque está en las clases de su diplomado, pero anda en las mismas que nosotras, se nos desmoronó el mundo. Fue de un día para otro y como en un efecto dominó. Primero la Cata terminó una relación de dos años y medio sin recibir ninguna explicación razonable. Después vine yo, con un quiebre que me pilló absolutamente desprevenida en plenas fiestas patrias y en casa ajena. Y luego, la Carlita, quien hacía meses se hacía la loca supliendo el hecho de que en su hombre, le faltaba todo lo que ella necesitaba. Desde entonces estábamos las tres muy juntas. No nos dejábamos solas, por temor a caernos al suelo de la pena. Nos estábamos acompañando en un duelo triple y en la reconstrucción dando entre las tres, palos de ciegas. tres mujeres decepcionadas no son precisamente un acierto de cordura. Primero, conversamos. Conversamos hasta que nos cansamos de hablar de nuestros respectivos temas y desenrollar las madejas que nos habían dejado hechas pebre. Después, salimos. Salimos y nos tomamos hasta el agua del florero mientras hacíamos como que estábamos en nuestro mejor momento. La Carlita, cantaba en karaokes. Yo la acompañaba y la Cata nos daba apoyo moral mientras movía su humanidad tras bambalinas. También, coqueteamos. Y creímos ver señales divinas donde evidentemente no las había. Tuvimos pesadillas: la Carlita soñó con pilas supersónicas, la Cata con su hombre metido con muchas mujeres y yo, con verme de novia, pero horriblemente peinada. Y por último, nos detuvimos un poco para darnos cuenta de lo obvio: que la pena no se pasaba y necesitábamos seguir llorando un poquito más. La Cata lamó a su ex. Yo llamé al mío. Y la Carlita, entró en el autismo amoroso. Mientras les pedí a las dos, que por favor, frenáramos el desenfreno. Y hoy día, a la Carlita, que por favor viniera a darme un abrazo porque mi cuerpo no podía más con la tristeza.
La Carlita me da bebida, me enciende un cigarro, me escucha y luego dice lo que haría en mi lugar. Lo anoto mentalmente porque creo que ella está en mejores condiciones que yo para tener la custodia de mi comportamiento. No exponerse más, dice la Carlita. No buscar más respuestas del otro. No al sentimiento de culpa ni al autocastigo. Sólo apelar a la tranquilidad, a la convalescencia a solas. La Carlita, que es sicóloga, viene con look nuevo. Estaba rubia, pero ahora está morena. Le pregunto por qué se tiñó, si rubia se sentía tan contenta y llamativa. La Carlita no me contesta, pero se le aguan los ojos. Entonces sé que es el castigo que se impuso y la pillo de sorpresa con esa afirmación. “En realidad, es cierto. No quiero que nadie me vea. Quiero ser invisible”, me explica y se ovilla sobre su propio cuerpo. Yo la abrazo y le saco el pelo moreno de la cara. La Carlita me dice que no entiende nada de lo que está pasando. Que no sabe por qué nos tocó a nosotras y a estas alturas, tan aterradoramente cerca de los treinta, estar de nuevo solas. Yo tampoco tengo una respuesta para eso. Pero cuando las dos estamos echadas sobre mi cama viendo Donde Está Elisa y nos tapamos los ojos con las dos manos en el final del capítulo, al menos agradezco que ahora, cuando más las necesito, tengo a dos amigas que a pesar de estar igual de tambaleantes que yo, vienen a mi rescate cuando grito.

5 comentarios:

Pedro E. Melín C. dijo...

Animo Pepita, que la cosa sigue (para bien o para mal). La cosa darse un rato y despues pararse, si no ese barro se va a terminar endureciendo y te quedaras ahi ;)


un beso. Animo de nuevo :)

Carla dijo...

Uffff!!! A veces todavía se siente la pena ¿ no?, pero como bien dije el otro día ¿ no ves el lado dulce de todo esto?...

No estuviste sola, ni la Cata ni yo. Nos tuvimos para sostenernos, embriagarnos y andar deambulando por la vida.

Eso es dulce, porque nunca dejamos de sentir el calor de una mano amiga.

Estas son mis reflexiones, ya en un estado de sobriedad y menos psicosis.

Maryta Ramirez dijo...

Pepa,

Quizas ya no te acuerdas de mi, soy la prima de camboya Mary Carmen de El Monte, no sabia como ubicarte, sigues igual de especial para escribir, como siempre termino super emocionada, te queria pedir si podemos ponernos en contacto, conoci a alguien con una historia de vida de esas que son increibles y me gustaria compartirla contigo, siento que debe darse a conocer, yo se que estas super ocupada pero mi mail es mramirez@icb.cl o al mramirezrrpp@gmail.com, te mando mil cariños y espero que podamos tener contacto. Mil Bendiciones.

pauli dijo...

Hay pepa !!!!!QUE ME ASUSTASTE CON ESE TITULO, ayudándola a sentir nada mas, siempre he dicho que las penas del corazón no se las doy a nadie, por que pucha que se sufre, a si que lo que le resta es salir pa` delante por que mas pa` tras ya no se puede, mas mal no se puede estar, miles de cariño, animo y mucha fuerza

Kuky Haindl dijo...

Pepa! mi fin de año me tenía sin pasar hace mucho y me encuentro con ésto! mucho mucho ánimo, linda y llore lo más que pueda, la pena hay que sacársela, gritar, llorar y patalear, dejarsela dentro y dárselas de fuerte es peor. Además, la verdadera fortaleza no es enfrentar sin llorar: es saber aceptar,y para aceptar, hay que haber llorado.
Muchos besos! y que bueno que tus amigas te apoyen mucho, aunque también me da pena por ellas que lo estén pasando mal. Muchos abrazos a las tres.