20 diciembre 2010




Consejos integrales de mi madre

Por Pepa Valenzuela

"Mira chinita, te voy a decir una cosa: yo estoy muy orgullosa de ti. No me importa que no tengas hijos, no que no te hayas casado y que vayas a cumplir 30. Te queda una vida por delante. Mírame a mí: te tuve a ti a los 34 así es que tienes un montón de tiempo. Yo a los 24 años estaba separada de mi primer marido y había perdido a un hijo. Pensé que no iba a rehacer mi vida. Pensaba que había cagado. Pero esperé y ¿para qué? Para que apareciera el huevón de tu papá... Bueno, te tuve a ti así es que algo bueno hizo el huevón. Y tú me has hecho inmensamente feliz. Eres trabajadora, inteligente, por eso me la jugué tanto para que entraras a la Universidad. Puchas, sinceramente si yo hubiera visto que te faltaban palos pal puente, me habría conformado con que sacaras cualquier cosa y te pusieras a trabajar. Pero tú eras una niña súper viva así es que la peleé harto porque tuvieras lo que yo no tuve. Y mira lo que ha pasado: eres una periodista a todo cachete, ganaste premios internacionales a los 25 años, publicas, eres profesora. Dime quién puede decir eso a tu edad.

Te voy a otro secreto: mi corazón de madre me dice que no te vas a quedar sola. Que algo bueno te espera en el futuro. No sé, es una tincada que tengo. Además, se lo encargué a Santa Teresita. Porque eso quiero yo: que encuentres un compañero que te cuide cuando yo no esté. Ahí puedo estirar la pata tranquila. Pero estoy segura de que así va a ser. Mi corazón de madre me lo dice. Además, tú eres una niña espectacular y no te lo repito porque yo sea tu madre, no. Tu abuelo siempre decía: "Para una madre no hay hijo feo, el que tenía, lo mató de un pedo". ¿Has oído tal cosa? No pues: no se puede matar a nadie de un pedo. Lo mismo que para una madre no hay hijo feo. Bueno, el asunto es que tú eres una mujer la raja. Ya se quisiera cualquier huevón estar con una mujer como tú. Y eso no te lo digo como tu mamá. Así es que quédate bien tranquila, chinita. Y no tengas pena ni miedo. Estás en la flor de la vida. Y tú sabes que la intuición de madre es algo muy poderoso. ¿Te gustó mi consejo? Dile a tus amigas que cobro 15 lucas la consulta".

24 noviembre 2010


Hechos de la causa
Por Pepa Valenzuela


Mi mejor amiga cumplió 30 años. Se puso unos zapatos azulinos de taco aguja y compró empanaditas de queso, jamón, champiñones y hamburguesas en miniatura para celebrar. La Carola forra su horno con alusaplast cuando pone cosas a calentar. En su casa, el único cuadro que hay es uno mío: el cuadro tiene rosas rojas de género, una Marilyn Monroe con el vestido blanco al viento y la frase: Love or leave me. El fin de semana fuimos a bailar al Ilé Habana para seguir celebrando sus 30. La Carola se puso unos tacos negros tipo Lady Gaga, unos shorts cortitos negros de raso y una polera con rosas rojas. Tomó roncola, porque eso es lo que le gusta a la Carola, el ron, y bailó hasta que el pelo se le pegó a la espalda y tuvo que tomárselo en la nuca. La Ingrid fue a la peluquería ese día y llegó con su pelo rubio, largo y liso. Diego decía que se sentía como en Cuba y miraba impresionado el porte de los negritos enormes que circulaban por el local. La Maca andaba con sueño y se veía preciosa porque le pinté los ojos ahumados y la peiné con una cola de caballo. Pelao terminó la campaña de la luca para comprarle una lavadora a un hogar de niños y la Cony me contaba cómo sin contactos políticos, una jueza, aunque tenga las mejores notas, no puede llegar a ninguna parte. Yo tomé piscola, y comí jamoncitos de una tabla y pensaba en cuánto echaba de menos al Negrito. Bailé con Ney, un amigo peruano que tiene una larga cola de caballo y modales de caballero, y con Rafael, el hermano de Marlina, mi ayudante cubana de la Universidad a quien nos encontramos por casualidad.
Marlina se tiñe el pelo rubio, aunque es morena, vive en La Florida, se quiere ir a vivir a Costa Rica y siente que no encaja con sus compañeros de la Universidad ni con Chile y en eso tiene razón. Marlina tiene más chispa que eso. Tiene ojo y olfato de periodista y escribe con las entrañas. Hace poco almorzamos juntas con mi mamá y de regalo, me trajo ocho quequitos hechos por ella de arándano y chocolate que me comí en dos días.
Estuve con mis dos papás: mi papá periodístico, Enrique, cuando cumplió 67 años. Un grupo de periodistas pioneros, entre 60 y 70 años y yo comimos salmón con papitas con parejil en su departamento museo lleno de muñecas matrioskas, caballos, cajas musicales, cuadros, principitos, gardeles y nerudas. Cantamos cumpleaños feliz, tomamos vino y Mario Gómez López recitó Las Palabras de Neruda con esa voz profunda, ronca, los ojos brillantes y vivos. Me dieron ganas de llorar cuando lo escuché. A Enrique le regalé La elegancia del erizo, un libro que habla de la amistad entre una niña y una señora con el alma abierta, así como él y yo. Después, vi a mi papá de verdad. Nos juntamos a almorzar en la caja para la tercera edad. Papá está delgado, un poco ido después del último infarto y ese tono cetrino de la antigüedad en la piel. No contestó ninguna de mis preguntas, hostigó al mozo, me dijo que me quería mucho y quiso tomar el metro conmigo. Ninguna de las vacas jóvenes que iba sentada le dio el asiento y cuando tuve que bajarme y dejarlo dentro del vagón, quedé descorazonada, aterrada de que cayera al suelo, destrozada frente a lo implacable de la vejez.
Un taxista me dijo el otro día que lo que más le gustaba hacer en la vida era leer, pero manejando ya no tenía mucho tiempo para hacerlo. Me dijo que cuando se jubilara, se iba a ir a una casa en la playa a dormir, comer y leer sentado, mirando el mar. Yo le dije que cuando yo me jubilara iba a hacer exactamente lo mismo, pero que todavía tenía muchas cosas por terminar. Todavía no sé bien cuáles.
Con mis alumnos fuimos al Mercado Central. Ellos se dedicaron a reportear mientras yo los miraba de lejos para saber cómo lo hacían. También me di unas vueltas por fuera, entré a una liquidadora de ropa deportiva y aún ahí la ropa era carísima, llegué por casualidad a la Casa Blanca y miré vestidos de novia junto a muchas señoras mayores y después compré unas rosas de género chiquititas para ponérselas a unos cuadros que pretendo pintar. Dormí una semana con Patrick Bateman, el sicópata de American Psycho de Bret Easton Ellis y una de esas noches, soñé que él me perseguía y mi celular sangraba por las teclas. Se me quedó mi teléfono una noche en la casa de la Pame, que ya ha tenido dos operaciones de columna, una manga y ahora, figura en silla de ruedas porque se partió una pierna en dos. Se cayó en el colegio donde hace clases por culpa de unas challas. La saqué a dar una vueltecita en la silla de ruedas y comimos helado centella que tiene 40 calorías. También conocí a mi sobrina Valentina que acaba de llegar al mundo y ya es una preciosura, perfecta, rucia, exquisita.

Vi a la Carlita que está con licencia médica por estrés y ahora vende ropa linda en su casa. Ese mismo día fuimos a ver la presentación de su hijo Matías en el colegio. Matías está en octavo, ya nos pasa a las dos en altura y bailó reggaetón. Cuando lo mira en actos públicos, a la Carlita le da una risa nerviosa y lo graba y Matías la mira y le sonríe porque aunque está enorme aún no le da plancha que su mamá le grite, lo besuquee, lo apachurre delante de sus compañeros. Es un lindo niño Matías.
Con la Maca vamos casi una vez a la semana a cantar a StarBar, un karaoke en Santa Isabel. Ya todos nos conocen, nos saludan de beso y las dos nos sentamos a mirar el cancionero, hablar del futuro y a cantar casi siempre las mismas melodías. Allá nos sentimos tan como en casa, que sólo nos vamos cuando el sueño es feroz y tenemos que volver a la vida real. Ahí donde hay trabajo, cuentas, días, horas, helados y empanaditas, el infaltable pisco sour, almuerzos, libros, paseos, y gente. Gente que celebra cumpleaños, matrimonios, guaguas, gente que una no se aburre de ver nunca, gente que una quiere y que hacen que estos hechos de la causa sean mucho más que hechos.

16 octubre 2010

Desde Lima, con amor

Por Pepa Valenzuela




Es la gente acostumbrada a las costumbres la que lo hace. Es la gente que no piensa en lo que quiere, sino en lo que debe ser para no quedar mal con los demás. Es la gente rebaño la que se cuela en tu cabeza desde niña y te escribe una pauta mental de lo que supuestamente debiera ser tu vida. Lo que supuestamente debieras ser como mujer. Lo que supuestamente se espera de ti. Y después, claro, lo esperan. Y siguen tu vida para ver si lo logras o fracasas de acuerdo al calendario. Por eso, cuando las cosas no salen como debieran ser de acuerdo a esa pauta del rebaño, una se frustra. Y se pregunta qué diablos tiene mal. Se deshilacha en preguntas y en tristezas. Sabe que el resto la ve coja y una se llega a sentir coja de verdad, sin estarlo. Así me sentía yo hasta hace poco. Hasta que un día miré ese protocolo y me di cuenta de que por lo menos a mí, me parecía una lata feroz. De un aburrimiento sin límites. Algo que definitivamente no quería para mí. Quizás por eso no lo había cumplido: porque jamás se había ajustado a mis expectativas, tan escondidas por las costumbres de otros. Y entonces solté. Y dejé que mi vida tuviera pauta propia. Así de repente, tenía un novio peruano conmigo, en Chile. Y así, de repente, yo estaba con él en su casa, con sus padres, hermana y amigos en Lima. Paseando por Miraflores, La Punta, Barranco, el centro histórico, siendo más feliz de lo que nunca he sido y sin la menor idea de que lo pasará más adelante. Comiendo ají de gallina, lomo saltado, chifles, chicharrones, ceviches, pisco sour casero, causa, tallarines rojos, papitas a la huancaina. Despertando contenta al lado de un hombre que me encuentra hermosa cuando estoy horrible. Abstraída de las angustias del trabajo, la competencia, el dinero y las obligaciones. Conociendo una ciudad que por ahora no tenía planificado visitar y gastando unos ahorros que ni yo sabía para qué los guardaba. Desde Lima, con amor y con mi amor.


Lima es una ciudad muy distinta a Santiago. Y los peruanos son muy distintos a los chilenos. Lima tiene un tráfico caótico, hay convys donde la gente viaja apretadita, micros viejas, como las que había previo a las amarillas aquí y taximotos, un casino de juegos en cada cuadra, comida peruana exquisita por todos lados, taxistas con los que una regatea por carrera, una costa bella, un centro histórico limpio y bien iluminado de noche que llega a ser precioso. Los peruanos son gente amable, simpática, de risa fácil. Siempre tienen tiempo para conversar con otro. Son impuntuales, desordenados, más latinos que los chilenos, todos saben bailar bien. Son apegados a la familia y se divierten con cosas sencillas. Hablan bien y no dicen tanto garabato como nosotros. Mientras estuve allá, todos veían por la tele el rescate de los mineros y se alegraban por nuestro país. Los peruanos me trataron como una reina y yo me los llevo a ellos, a Lima, a los amigos que allá hice y cómo no, a mi amor, en el alma, hasta Santiago, hasta mi casa, en mi memoria para siempre. Que viva Chile. Que viva el Perú. Que viva el amor que no tiene aduanas ni prejuicios idiotas. Y que viva la vida sin pautas ajenas.

07 agosto 2010

Secretos de periodista




Por Pepa Valenzuela




Alguna vez Don Guillermo, el guatón Hidalgo, andaba con la idea de hacer un libro firmado por mil o cien periodistas chilenos en el que contáramos ciertos backstages de nuestros reporteos, esas cosas sabrosas que pasan y que uno, por desaparecer del texto, deja afuera de la versión final. Aquellos secretos de periodista que salen a flote en reuniones entre colegas. El otro día pensaba en ellos, en mis secretos de periodista y decidí que tenía que escribirlos, al menos por aquí, para no olvidarlos más. Aquí, algunos de ellos.




- Alguna vez reporteando las historias de los animales del zoológico, fui perseguida para fines amatorios por un ñandú macho. El animal, corrió detrás de mí por toda la jaula abriendo y cerrando el pico emitiendo un ruidito escalofriante. "Detecta que usted es hembra", me explicó el cuidador.




- Alguna vez estuve una tarde entera, de 12 del día a 12 de la noche, en un bar de cortinas rojas con una ex actriz porno chilena. Yo quería almorzar, ella pidió a las 1230 del día un tequila margarita y así siguió tomando hasta anochecer. Cuando ya eran las 11 de la noche, la ex actriz se entusiasmó con una canción de Gnarls Barckley y se subió a bailar a la barra que era bien alta, en unos tacones enormes. Se sacó cresta y media. Pero rápidamente se paró y volvió a bailar. Fue uno de los días más bizarros de mi vida.




- Alguna vez entrevisté a una famosa animadora de televisión que partió toda amorochita así, melosa hasta morir y terminó simulando llanto espontáneo e insultándome y echándome del canal porque le hice una pregunta que no le gustó. Al día siguiente me llamó para pedirme disculpas, para decirme que quería abrazarme porque yo le parecía una linda persona. Le agarré pánico. Hasta el día de hoy es la única persona que no entrevistaría por nada del mundo.




- Alguna vez reporteando sobre la píldora del día después, pasé una hora escuchando como una matrona me explicaba el ciclo reproductivo. No me dio la pastilla. Yo tenía 27 años.




- Alguna vez entré a la cárcel como visita para convencer a Carlitos Joya, el líder de una banda que excavó un túnel perfecto para robar las joyas del banco Bice - he ahí el apodo - que me diera una entrevista. Las gendarmes me trataron como una vaca. en una separación de cortinas, con otras dos chicas, tuve que bajarme los calzones, levantarme los sostenes y sacarme los calcetines delante de una guardia que por mi lentitud en el proceso me dijo: "Vos rucia ¿soy huevona o te hacís?". Una de las chicas que estaba a mi lado e iba a visitar a quizás quién, le contestó: "Tss, no huevís po, si parece que es primera vez que la flaca viene pa acá, ¿cierto Flaca?". Asentí. Después de la revisión, entré al gimnasio donde los hombres del pabellón esperaban su visita. Un gendarme me ubicó a Carlitos Joya, un moreno bajito y maceteado con cara de pocos amigos que me saludó con desconfianza. Nos sentamos en el suelo y empecé a explicarle quién era y a qué había ido. Estaba en eso cuando por la puerta de visitas entró una chica hiphopera, jeans anchísimos, los calzones asomados y el pelo con miles de trencitas. Era la novia de Carlitos Joya. Cuando nos vio, se acercó a Carlos, le dio un empujón y se fue hasta el final del gimnasio, hecha una furia. Carlitos partió detrás de ella deshaciéndose en disculpas. Más tarde los vi entrar a un camaro para tener sexo. Nunca más los volví a ver.




- Alguna vez estuve de copiloto en el auto de película de un padre acusado de maltratar a su hijo en varias oportunidades en Viña del Mar. Íbamos desde su casa hasta el mall de esa ciudad para almorzar. Sentí mucho miedo: manejaba tranquilo dos cuadras y después metía el acelerador a fondo en la tercera. Así fuimos de chantada en chantada por cuadras que se me hicieron eternas.




- Alguna vez estuve acá en Chile en un verdadero castillo medieval, hecho de adobe, piedras y barro. Sin luz. Y juro por lo más sagrado que mientras conversaba con su dueño a la luz de la chimenea, vi que su cara cambiaba de un rostro a otro bajo la penumbra.






- Alguna vez volé en un avión de la fuerza aérea colombiana en la cabina del piloto de Santiago hacia Concepción. Fue después del terremoto y los militares colombianos que vinieron a prestar ayuda a Chile, me invitaron a ponerme de pie para ver cómo aterrizábamos por la ventana del piloto. Indescriptible sensación.






- Alguna vez estuve con un actor argentino, gay, maestro, imitador y portador de VIH en su casa enorme en Buenos Aires. Ese día, le habían aparecido unas ronchas rosas en sus piernas por la enfermedad. Pero esperó que terminara la entrevista, que hizo rodeado de sus perritas poodles mejor ataviadas que yo, para ir al hospital. Meses más tarde supe que había fallecido y me dio una profunda pena. Bendiciones para ti, Fernando Peña. Donde estés.






- Alguna vez conocí casi todos los moteles capitalinos haciendo la Ruta de Niditos de Amor para una revista femenina. En todos, me regalaron invitaciones y tarjetas de descuento. Le regalé una a una amiga muy querida que pronto se iba a casar. Todas se vencieron sin haberlas podido ocupar: estaba solterísima durante ese tiempo. Sin embargo, en uno de esos moteles, donde me hicieron una cata de tragos y platos, probé la mejor crema de zapallos de toda mi vida.




- Alguna vez entrevisté a unos negritos cantantes de reggaetón. Uno de ellos, al ver que me devolvería a mi casa a pata, insistió en llevarme a casa en su auto, un jeep con parlantes sorround, neumáticos enormes, pantalla plana y harto bling bling. Me llamó un par de veces para invitarme a salir. Me decía mami. Profesional que es una, no acepté sus invitaciones.




- Alguna vez puse a mi cuerpo a disposición del reggaetón cuando llegó el ritmo a Chile y al servicio del caño, cuando se masificó entre las chilenas. Todo, con muchísimo dolor articular posterior.



24 julio 2010


Boquitapato

Por Pepa Valenzuela




Lo conocí en Cuba, a las 11 de la mañana, en la barra del bar playero, pidiendo un cuba libre que en la isla se llama cubata. Me dijo hola, cómo te llamas, sabes que he venido a celebrar mi cumpleaños con puras parejas de matrimonio que sólo han peleado en el viaje y yo me quiero divertir, pasarla chévere. Era un mulato precioso, de dientes blancos, rulos desordenados, pinta de brasileño, pero por el chévere pensé que era venezolano. Resultó ser peruano y en un par de días más, cumplía dos años menos que yo. Lo miré a los ojos, llenitos de vida, transparentes, la boquita de pato y me estremecí. Porque supe ahí mismo que ése sería uno de los encuentros que me cambiaría la vida. De esas cosas que pasan porque tienen que pasar. Que estaba ante un pedacito de mi destino. Pero eso no se lo dije a nadie hasta mucho después.

A los dos días, nos despedimos en Cuba y yo que no decía mucho porque una va quedando muda, minusválida emocional después de los daños, sólo lo abracé bien fuerte. Pero sentía un vacío en el pecho, como si me estuvieran arrebatando el alma sin anestesia. Y él, que me había dicho de todo en esos tres días, sólo me pedía que lo esperara, que vendría por mí, que no lo olvidara, con su boquita de pato, los rulos revueltos, los ojos brillantes y su mano despidiéndose de mí desde arriba del bus que lo llevaría de regreso al aeropuerto para volver a Lima.

Nos empezamos a escribir. A querernos a distancia. A echarnos de menos como si hubiéramos pasado la vida entera juntos. El repetía que lo esperara. Que vendría por mí. Me pidió ser su novia por chat y yo dije que sí. El 1 de julio lo vi cruzar la salida internacional del aeropuerto con una chaqueta blanca, los rulos revueltos, la boquitapato suspirando. Nos abrazamos muy fuertemente y yo temblaba como gelatina, intentaba reconocer ese pedacito de mi destino en mi país, en mi ciudad. No tardé en hacerlo. A los pocos días, ya lo sentía tan natural en mi vida que olvidé cómo lo haría sin él. Y cuando se fue 10 días más tarde, después de que dejamos casi en shock a la gente que hacía fila en policía internacional, que nos miraba besarnos, lagrimear, él entrar y salir para darme el último beso, lloré mucho. Tenía una nostalgia horrorosa. Una nostalgia que todos los días acarreo de allá para acá. Él me falta en todo. Y desde Lima él me dice que en todo le falto yo. Tenemos planes al respecto. Porque la nostalgia es terrible, pero más terrible es no hacer nada cuando en la vida pasa algo así. Y yo espero que Dios nos cuide. Que nos eche una manito. Porque la vamos a necesitar muchísimo. Porque yo después de conocerlo, ya no puedo estar sin él.

15 junio 2010

Lecciones de Cuba
Por Pepa Valenzuela






Volví hace tres semanas de Cuba. Fue un viaje inolvidable. De esos que te voltean el corazón como si fuera reversible. De esos que te modifican para siempre una tuerquita del alma. Algo ahí adentro, se acomodó en su espacio y me cambió para siempre. Y me regresó a este pedacito de tierra, distinta, más madura y plena, entendiendo lo que aquí jamás podría haber entendido. En resumen, feliz como hacía años no lo estaba. Estas son las lecciones que la isla me dejó. Estas son las cosas que en la isla nos pasaron, porque sí, nos tenían que pasar.



N1. Hay cosas que una no entiende para qué pasan. Hay gente que una conoce y no entiende para qué tuvo que conocerlas. Hay veces en que una no halla cómo explicarse el daño y la decepción cuando son feroces, cuando aniquilan hasta el mejor de los recuerdos. Eso me pasó con mi ex. Pasaron muchos meses sin entender para qué lo había conocido una vez que descubrí todas las verdades que me escondió. No entendía para qué había pasado por mi vida. No entendía qué había venido a decirme. Yo ya había aprendido las lecciones de la decepción. Un rato después, éntendí a medias que sí, que había llegado en un momento de mi vida en que necesitaba un arrullo. Y más tarde, cuando Ingrid me lo dijo, que una no perdía ni le quitaban las cosas que quería, sino que el destino te los sacaba del camino rápidamente para que una no se desviara de la meta. Pero recién ahora, en este viaje a Cuba entendí para qué lo conocí: para conocer a la Maca. Él sólo fue el intermediario que dejó en mi vida a una mujer espectacular. A una nueva amiga a la que después de este viaje, quiero entrañablemente. Ya sabrás Maquita entonces para qué habrán pasado las cosas que nos pasaron: alguna vez, teníamos que conocernos en plena libertad. Tal y como somos. Sin censuras de hombres que sí, Maca, no nos llegaban ni a los talones.





N2. También creo que estaba escrito que fuera a Cuba ahora. No antes, como quería. En diciembre fueron la Caro y su amiga ídem. Y yo quise unirme al viaje, pero finalmente no pude embarcarme para operarme la vista. Una cosa por la otra. Pero fui ahora porque ahora tendría una misión: darle una mano a una valiente escritora cubana que se ha pasado varios años denunciando las violaciones a los derechos humanos que ocurren en la isla. Yoani Sánchez, la bloguera que ha sido hostigada, secuestrada, amenazada por el régimen, sigue escribiendo con una firmeza conmovedora, sorteando los miles de obstáculos que le ha impuesto el gobierno cubano. No podía hacer menos que llevarle un ejemplar de Cuba Libre, su propio libro, que había sido publicado hacía dos meses en Chile y a ella le habían prohibido tener. No la dejaron salir para su lanzamiento y le retuvieron un par de ejemplares que le enviaron desde el exterior, en la aduana del aeropuerto de La Habana. Ella me lo pidió por teléfono. Y no pude hacer menos que comprarlo, forrarlo en doble papel de regalo y meterlo escondido en la maleta. Ver su emoción, sus ojos brillantes cuando lo tuvo entre sus manos, fue impagable. Fuerza, Yoani. Fuerza y bendiciones desde Chile. Un honor haber estado contigo y haber podido dejar en tus manos, de regreso, tus palabras.







N3. Tuve que atravesar volando casi la mitad del globo terráqueo para encontrar un tesoro que había perdido hacía años aquí en Chile. No sé cómo diablos llegó tan lejos ni cómo aterrizó en la isla. Pero en Cuba encontré de nuevo mi autoconfianza como mujer. Sí, tenía la seguridad profesional y personal. Sí, me sentía una periodista aperrada y empeñosa y una buena cabra. Pero la seguridad femenina, se me había arrancado de las manos hacía rato. Más bien me la habían arrebatado la presión social, pastelazos masculinos, reventadas de burbuja y el abandono al que una se ve expuesta acá en Chile. Sí, chilenos. Ustedes nos han abandonado a las mujeres. No a todas, pero a demasiadas. Pero eso es algo que les explicaré más adelante, en mi próximo punto. El asunto, es que en Cuba, recuperé mi autoconfianza como mujer. Me volví a sentir bonita, protegida, mimada, atendida, pero sobre todo visible. Porque allá me vieron. Y vieron a Maca y a Caro. Hombres de diversas las edades, nacionalidades e intenciones. Porque no sólo nos vieron como si fuéramos un pedazo de bistec. Nos vieron y nos trataron todos esos hombres, como mujeres. Nos galantearon, independientemente de si querían algo más con alguna o no. Nos cuidaron. Nos dijeron cuando nos veíamos lindas. Nos atendieron como si fuésemos flores. Nos hicieron sentir interesantes en la conversación, entretenidas en las fiestas, un privilegio como compañía. Cubanos, peruanos, ingleses, dominicanos, belgas y canadienses de todas las edades. Como nuestros entrañables amigos de Canadá: los chicos tenían entre 21 y 29 años. Y todos, hasta el menor de ellos, nos trataron como verdaderas reinas. Es decir, como hombres, como caballeros con todas sus letras. Gracias G, Mike, Jordan, Andrew y Brian. Gracias a todos los estupendos hombres que encontramos en la isla. Gracias a ustedes, las tres florecimos. Nos volvimos a sentir visibles, vivas, mujeres. Experimentarlo y ser testigo de ese proceso de Maca y Caro, fue un privilegio que no tengo cómo pagarles.



N4. A medida que fui floreciendo en Cuba, gracias a la distancia, la perspectiva y la evidencia, se me fueron despejando las dudas que tenía en Chile. Hasta que un día vi todo claro y me dio una rabia sorda. La rabia que da cuando una descubre que ha creído en una mentira por demasiado tiempo. La rabia de constatar que no, que no era problema mío, ni de mis amigas, ni de cierto tipo de mujeres, quizás demasiado avasalladoras, demasiado intimidantes, demasiado independientes, sino que era problema de ellos. Tuve que llegar a Cuba para que la película de la masculinidad en Chile - una película triste y con mal final - me quedara clara. Y cuando lo entendí, me dio rabia. Más rabia que pena, aunque pena igual me dio. Allá entendí lo que era obvio, pero de tan inmersa en nuestra realidad, no lograba ver: que los hombres chilenos - no todos, pero sí una inmensa mayoría - nos han abandonado. Nos abandonan cuando no se nos acercan a conversar. Nos abandonan cuando nos dejan bailando entre amigas mientras ellos conversan pelotudeces, haciendo como si fuéramos invisibles. Nos abandonan cuando no dicen lo que sienten o lo que ya no sienten por nosotras. Nos abandonan cuando mienten parra conseguir favores. Nos abandonan cuando nos dan excusas baratas, de niños de pecho, para no amarnos. Nos abandonan cuando quieren perpetuarse en la adolescencia y seguir chupando, fumando, atracando con todas las que puedan, incluso cuando han pasado los 30 años y ya se ven patéticos haciendo ese numerito. Nos abandonan cuando esgrimen miedos y bloqueos emocionales, olvidando que todos, incluidas nosotras, también tenemos miedos, pero los enfrentamos y no nos andamos divulgando como escudo de inmunidad. Nos abandonan cuando no nos dicen si estamos lindas, ricas, sexies, por hacerse los cool, los indiferentes, los difíciles, los inalcanzables. Nos abandonan cuando de puro cobardes, de puro flojos invirtieron los papeles y dejaron que nosotras hiciéramos solas la pega de la conquista. Nos abandonan cuando literalmente nos abandonan y desaparecen sin dar excusas, sin pedir una disculpa, sin hablar con cojones sobre lo que ha sucedido. Nos abandonan cuando prefieren juntarse con amigotes antes incluso de tener sexo en la casa. Nos abandonan cuando creen que su trabajo es lo más importante del Universo y del Más Allá. Nos abandonan de todas esas formas a nuestra propia suerte. A un terreno baldío y tan siniestro, que trastorna las cosas y una se empieza a volver loca y de chica completamente normal, cuerda, linda, trabajadora pasa una a preguntarse qué pasa, cuál es el problema, parece que soy invisible, algo malo tengo yo, quizás estoy muy fea, o quisquillosa, o guatona, quizás parezco travesti, mientras el resto pone lo suyo diciendo ah, es que ustedes son mañosas, exigentes, se les va a pasar el tren y sí, así muchas mujeres terminamos creyendo lo peor: que la culpa es propia. Ciegas, palpando en esa oscuridad a la que nos ha arrojado el mutismo y el abandono masculino, acabamos creyendo seriamente que algo malo tenemos. Y que casi nos merecemos tanta indiferencia, incertidumbre y porquería. Pero no. En Cuba vi clarito que no es así. Que ésa es una tara de ellos, no de nosotras. Y por lo tanto, me boté ese peso de encima y decidí no hacerme cargo de rollos, fallas, trancas y peros que no me pertenecían. Que no nos pertenecen a ninguna de nosotras. Sus razones para abandonarnos son sus razones. Quizás a la mayoría de los hombres ya no les gustan las mujeres nomás. Quién sabe. Si me preguntan a mí, el abandono eso sí me parece de una falta de hombría feroz. Porque siempre entendí que tanto una mujer como un hombre, se construyen en función del otro. Y por lo tanto, un hombre se hace hombre de verdad cuando decide amar a una mujer y construir un futuro con ella. No antes. Menos arrancando en sentido contrario, abandonando a las mujeres a su suerte y a su incertidumbre. Eso, a todas luces y al menos para mí, es de una mariconería feroz.




N5. Soné rabiosa en mi punto anterior. Pero sí, lo pienso y me da una ira tremenda. Pero lo cierto es que este viaje me dejó más feliz de lo que he estado en años. Tremendamente dichosa, plena, con el corazón abierto de par en par. Me botaron mis pequeños mis muros de defensa y después de siglos sin hacerlo, volví a escuchar que me querían, así, mucho, con el alma y yo, temerosa, que lo había olvidado casi, porque acá está tan prohibido, porque acá a cualquier pelagato le da un infarto como si fuera algo malo, porque es algo que no se dice para no meter las patas, para que no arranquen como cuete, yo, sí, yo, la mujer que casi lo había olvidado, volví a decir te quiero. Te quiero y mucho.

12 mayo 2010

Esto apareció hace unas semanas en revista Mia de Lun.
Una columnita llamando a la solidaridad gremial.


Las conspiradoras
Por Pepa Valenzuela

Cada vez que hablábamos de pololos, proyectos de pololos, peores son nada y ex varios, una amiga terminaba diciendo con voz de tráiler hollywoodense: “Y mañana no se pierda un nuevo capítulo de la teleserie del momento: Gil de Cuna”. Entonces nosotras nos reíamos a carcajadas, aunque fuera un chiste cruel. Sí, era harto cruel. Porque como nos habíamos dado cuenta hacía poco tiempo las protagonistas de la teleserie del momento, Gil de Cuna, éramos nosotras mismas. No importando cuán vivas nos creyéramos, a todas alguna vez nos habían hecho huevo de pato. Es decir, nos habían mentido, dejado sin explicaciones, utilizado para fines insospechados o vendido la pomada. Todas, llegando casi a los treinta años, acumulábamos una mochilita no menores de esas experiencias. Y claro, cuando empezamos a hablar de ellas, nos causó gracia. Pero después, nos dimos cuenta de que no era nada divertido. Más aún, que gran parte de la culpa de que nos hubiesen pasado todas esas leseras era de nosotras mismas. Era una culpa gremial. Una culpa de género. Analizando cada gol que nos habían pasado, llegamos a la alarmante conclusión de que la mayoría se podría haber evitado si alguna de nosotras hubiera abierto su boquita y nos hubiera advertido del peligro. Que nos habríamos ahorrado tremendos porrazos si hubiéramos tenido mejor comunicación y mayor lealtad de género. Peor conclusión aún: las mujeres éramos muy poco solidarias entre nosotras. No porque no nos quisiéramos, sino todo lo contrario. Si no éramos más solidarias era porque queríamos mucho. Principalmente a nuestras piernas peludas. Por lo tanto nuestra primera lealtad estaba con ellos. Por eso, nos callábamos cosas que sabíamos a través de ellos y además, les contábamos todo. Todo, todito, como loros, algo que ellos nunca hacen. Lección para aprender de ellos: los hombres nunca delatan a sus compañeros con nadie.
Cuando descubrimos eso, las protagonistas de Gil de Cuna nos quedamos pensando. Y poco a poco fuimos cambiando algunas cositas. De partida, empezamos a juntarnos más entre puras mujeres para conversar más. Y al tiempo, sin preparaciones ni conscientemente, empezamos a conspirar. No como mafiosas, que se entienda bien. Tampoco la idea era convertirnos en lo mismo que despreciábamos. Empezamos a conspirar para fines positivos. Para alegrarnos la vida haciendo alguna cosa entretenida cuando alguna de nosotras estaba bajoneada. A planear cómo podíamos sacar adelante a otra que de repente se venía abajo cuando de la noche a la mañana quedaba sin trabajo o soltera sin mayores explicaciones. Propusimos métodos de acción para saber verdades que nos intrigaban para no quedarnos con esas dudas que matan. Las comprometidas empezaron a ayudar a las solteras presentando algunos especímenes disponibles. Las solteras les enseñamos a las comprometidas a darse tiempo para ellas mismas y les subimos autoestimas que después de años de convivencia, habían desaparecido. Acordamos tácticas comunicacionales para no ser nosotras las intrigadas, sino que ellos vía Facebook, twitter y otros. Ayudamos a algunas chiquillas a liberarse de pestes que las tenían ciegas e incluso funamos, claro que con muchísima elegancia, a vacunas que habían causado desastres espantosos entre alguna de nosotras. Sin planearlo demasiado, establecimos nuestro propio código de honor. Nuestro equipo de simuladoras para protegernos y ayudarnos a ser felices. Algo que sin llegar a la desconfianza extrema ni a la maldad gratuita, cualquier grupo de chicas debiera establecer como medida urgente para no andar tan de gil de cuna – léase desprevenida y por lo tanto más susceptible a ser embarrada – por la vida. Algo que se logra con un poquito más de solidaridad gremial y conspiración entre amigas de las buenas.

08 abril 2010

Abre los ojos
Por Pepa Valenzuela

Me voy a Cuba. Me voy porque hace dos años que no tengo vacaciones como la gente. Me voy y con dos amigas entrañables que el año pasado vivieron desastres parecidos al mío. Desde que me fui a Isla de Pascua el 2008 no descanso ni duermo como debiera. Y después de eso, han pasado muchas cosas. Lo que decía antes: todo ha sido como la canción que cantaba cuando era niña, ésa de mi lindo globito, pum! reventó. En este tiempo descubrí muchas cosas que hubiera pagado por no descubrir, aunque después me repito, no, no, si está bien que una abra los ojos. Pero es como dijo la Carolina, sentada al lado mío en la mesa de un matrimonio, mirando a su alrededor: Yo pagaría por ser más tonta. Yo pagaría por no saber. Yo a veces pienso lo mismo. Hubiera pagado por no saber todo lo que desde septiembre hasta este año supe. Qué fue: básicamente supe que el hombre que tenía al lado no era lo que aparentaba, sino que era todo lo contrario. Descubrí que la gente miente más de lo que esperaba. Supe de la boca de dos hombres a quienes encontraba relativamente respetables, que ellos también eran capaces de mentir. Que en el fondo, odiaban a las mujeres. Yo estaba leyendo ese libro: Los hombres que no aman a las mujeres. Justo estaba leyendo eso cuando esos dos hombres que yo respetaba mucho se delataron solos como mentirosos orgullosos de serlo. Yo, me quedé con sus mentiras para callado. Y me sentí mal. Porque sé que con ellos, hay dos chicas que más temprano que tarde van a sufrir como chinas, tal y como yo sufrí y yo no podía hacer nada al respecto. Supe que los amores, la mayoría de las veces, era disfraces sociales. Que los ritos, las ceremonias, los juramentos, se iban por la alcantarilla como si fuera pelusas. Que la gente promete sin comprometerse de verdad. Tengo casi treinta años y es increíble quizás que a estas alturas me sorprenda. Pero sí, me sorprende. También me duele mucho. Y me da un miedo terrible de volver a apostar. Lo curioso es que creo que todavía me quedaba corazón para hacerlo.
Aposté. A mi modo herido. Con lo poquito y nada que podía entregar, hecha un cucurucho de miedos, silencios y dudas. Pero así y todo, creo que aposté. Aposté bastante para lo que me había sucedido. Creo que desde los 20 años no tenía ese desinterés en el alma. Me gustó saber que esa capacidad de querer, aún estaba dentro de mí. Lo comprobé y me retiré. No porque quisiera. Me retiré porque el miedo es un enemigo feroz que no abandona así de fácil. Me retiré porque es distinto acurrucar a alguien que se deja a acurrucar a alguien que pega sus rasguños cada tanto. Una que está cicatrizando, no puede exponerse a más magulladuras. También necesita alguien que venga y la acurruque sin esperar nada más que tu bienestar a cambio. Alguien tiene esas pretensiones y me he arrancado como una fugitiva. La Carlita y la Carola dicen que no me arranque más. Que me deje al menos hacer un cariño. Que diga una sola vez que sí. Que sea amiga. Que parezco cabra chica.
Y la verdad, yo no sé aún qué hacer.
Sin embargo, hay algo que es más sorprendente que todo lo que he descubierto de mí hasta ahora: que tengo fe. Más fe que antes, inexplicablemente. Son mis sueños que me dicen cosas buenas, cosas milagrosas. Es una paz que me nació desde el centro de la guata y me tiene tranquila, como si supiera que algo monumental va a suceder. No es broma. No es canutismo. Es una sensación tan real que podría convertirla en un mueble de mi casa. Y ahí está, instaladísima dentro de mí, haciéndome reír todas las santas mañanas cuando abro los ojos.

04 abril 2010

Ausencia
He estado muy ausente últimamente por estos lados.
Pero tengo mucho que contar.
Muchas cosas que escribir.
Quizás aún no las proceso ni las pongo en orden.
Pero ya tengo una pista: desde septiembre del año pasado hasta ahora, me he despertado de varios sueños en los que creía. Como haberse acostado en medio de un cuento y despertar en la Matrix. Como decía la canción que más me gustaba de niña: Mi lindo globito, pum, reventó. Ya les contaré un poco de eso. Pero antes, quería dejarles las últimas cuatro cosas que he escrito y que me han gustado más que otras.
Feliz Pascua de resurrección.

http://www.paula.cl/blog/reportaje/2009/10/05/heidi-y-gretel/

http://www.mer.cl/modulos/catalogo/print_noticia.asp?idnoticia=C24328620091208&seccion=YA&fecha=2009-12-08

http://diario.elmercurio.cl/detalle/index.asp?id={a04e3246-81d8-4dee-b901-61d8bd46dfd8}

http://diario.elmercurio.cl/detalle/index.asp?id={698f38f6-33f1-4b78-b763-82a380381c84}

06 marzo 2010


El día D
El terremoto y la huida en primera persona

Por Pepa Valenzuela
Sentadas alrededor de la mesita de mimbre de la terraza de la casona de la playa en Maitencillo, finalmente las siete hacíamos un brindis con piscolas y pisco sours. Habíamos estado planeando la despedida de soltera para la novia con un fin de semana en la playa hacía tiempo. Y todo había salido como esperábamos: teníamos listo el video con el novio, comida en abundancia, una casa enorme que nos prestó una prima de una de las organizadoras y lo más importante, habíamos logrado secuestrar a la novia, quien a las 13 horas de la tarde del viernes, ya había terminado su pega de jueza y no tenía idea que en un momento más, tres de nosotras terminarían metiéndola al auto y llevándola hasta la costa sin pedirle ni permiso. El novio, uno de mis buenos amigos del colegio, ya nos había hecho su bolsito y nos había regalado todo el trago. Un marido dadivoso, nos compró carne y longanizas en La Vega para que hiciéramos dos tremendos asados. Y nosotras, habíamos estado coordinando todo vía mails masivos que cada día tenían algún inconveniente o incendio nuevo. Así es que estuviéramos al fin ahí, con la novia con una sonrisa de oreja a oreja por vernos a todas reunidas, nos tenía dichosas. Y un poco arriba de la pelota. Llevábamos varias horas bebiendo, contándonos todas nuestras peripecias, datos y anécdotas en el mambo horizontal, desmenuzando todas nuestras gracias y desgracias en ese ámbito y desnudando nuestra propia sexualidad. Así es que un poco antes de las tres de la madrugada, todas bastante chispeantes, decidimos que ya era hora de mostrarle a la novia el video donde el novio contestaba nuestro pícaro cuestionario. Entramos a la casa y nos acomodamos todas arriba de la cama matrimonial. La anfitriona conectó la cámara a la televisión y le preparamos una díscola piscola a la novia, para que bebiera un sorbo cada vez que no le achuntara a las respuestas de su futuro marido. Y empezamos a ver: en la pantalla, el pobre novio, estaba amarrado al catre, lleno de besos rojos pintados en la cara y el cuello, un pañuelo amarrado en la cabeza y con cinco de nosotras, agasajándolo disfrazadas de mujeres de lujo de arriba de una cama de dos plazas. La novia se reía a carcajadas. “¡Pobre! ¡Y se prestó para eso!”, y seguía riéndose con la guata agarrada a dos manos. Mi traste, enfundado en una mini dorada de lentejuelas, acaparaba la mitad de la pantalla. Mientras el novio, empezaba a responder dónde le había pedido pololeo a la novia, cuál fue su primer beso con ella, posiciones favoritas, anécdotas triple X. Buen matrimonio iba a ser ése, pensaba yo: la novia, le achuntaba a la mayoría de las respuestas. No era de extrañar: mi amigo lleva 9 años con su novia, desde el segundo año de la Universidad. Y es una de esas parejas que se aman con locura. Que se acompañan y se cuidan como dos buenos amigos. Uno de esos amores que tienen sentido. Pero cuando terminamos de ver el cuestionario y sólo faltaba el mensaje romántico del novio a la novia, la tierra comenzó a moverse. Primero suavemente. “¡Mierda! ¡Está temblando!”, gritó una de nosotras e inmediatamente cuatro salieron disparadas de la cama hacia el ventanal. Lo abrieron y salieron al patio. Una gritaba, llorando. Yo, me quedé encima de la cama, sentada, alerta. La verdad es que no les tengo miedo a los temblores: estoy acostumbrada a vivirlos en altura y mamá, que sobrevivió al terremoto del 60, me enseñó a mantener la calma frente a esas circunstancias. Pero calma era lo que menos había en casa. Menos cuando la casa se movió de un lado a otro, en fuertes remezones. Una de las chicas lloraba, con las manos sobre los ojos. Las otras se daban vueltas como gatas en el patio. La anfitriona, cacheteó a la que lloraba. ¡Basta! ¡Tranquilízate! Entonces paró de temblar. Y todas salimos raudas hacia la calle a ver qué pasaba. Y ahí vimos: la mayoría de los autos estaba con las luces encendidas, listos para arrancar. Algunos vecinos deambulaban abrigados, preguntando qué había pasado. y nosotras, cada una con el celular en mano, intentaba en vano comunicarse con sus respectivos novios, madres e hijos. Sólo una lo logró, durante el sismo, con su pololo: ¡Mora, se está cayendo el edificio!, alcanzó a decirle él antes de que se cortara la comunicación. Ella comenzó a llorar desconsolada. Y cada una, seguía deambulando como loca con su celular en la mano. Hasta que nos juntamos. Y empezaron las propuestas: esto fue fuerte, va a haber tsunami, tenemos que devolvernos a Santiago. ¿A Santiago? ¡Estamos todas con trago en el cuerpo! ¡Nos podemos matar! Cuatro de nosotras, volvimos a entrar a la casa, mientras dos, la anfitriona que tiene dos niños pequeños y otra, intentaban seguir comunicándose con Santiago infructuosamente. Las demás, nos metimos en sacos de dormir y nos quedamos dormidas.
Desperté un poco antes de las siete de la mañana cuando escuché a las dos que quedaron despiertas hablando por teléfono. Recién habían logrado contactarse. A una de ellas le dijeron: La CNN dice que hay riesgo de maremoto en toda la costa de Chile y Perú. Entonces sentí los pasos. Alguien zarandeándome las piernas. “Pepa, despierta, nos tenemos que ir porque hay riesgo de tsunami”. En un dos por tres, la casa estaba ordenada, los bolsos hechos, los sacos de dormir envueltos. Todas teníamos una cara de terror espantosa. Nos abrazamos antes de meternos cada una a los dos autos que teníamos y nos deseamos suerte. Seguí llamando a mamá sin éxito: estaba preocupada por ella. Estaba sola, durmiendo en su departamento del sexto piso de las Torres San Borja. Pero me era imposible la comunicación. Recordaba entonces, para relajarme, lo que siempre me decía cuando había temblor y nos abrazábamos debajo del dintel de la puerta: “Mijita, si estas torres se caen, está todo Santiago abajo, muerto. Estas torres van a ser las últimas en caer, son muy firmes”. Respiraba. La conductora, con mano firme, manejaba con una entereza increíble. Atrás, otra amiga dormía: ya había podido hablar con su novio, el que le gritó que el edificio estaba caído y estaba bien, a salvo. Dentro de todo, iba tranquila: pensaba que habernos ido, era una exageración. Más aún en esas condiciones. Hasta que llegamos a la carretera 5 Norte y la vimos: una pasarela peatonal partida en dos encima de la autopista como un pedazo de papel. Un carabinero estaba desviando el tránsito hacia la caletera. “¡Cresta! Mira la pasarela!. Entonces empecé a llamar de nuevo a mamá. Esta vez, me contestó: “¡Hija, hija! ¡Cómo estás!”. Le dije que bien, regresando a Santiago. “Me evacuaron, mijita. Estuvimos tres horas abajo del edificio, se cayeron escombros dentro de las torres, se me cayeron los cuadros, los floreros, todo. Pero estoy bien”. Ahí empecé a tiritar. En las torres jamás se caía ni un chiche de estantería. La cosa había sido fuerte. Mi estómago se apretó al instante. Empecé a sentir dolor de guata. El dolor fue creciendo a medida que vimos la segunda, tercera y cuarta pasarela peatonal quebrada arriba de las vías. Ya nos aproximábamos a Lampa cuando vimos un cuadro apocalíptico, igual a la película Tornado: una chimenea de humo negro que a lo lejos, cubría todo el cielo. Al poco rato, entramos en la niebla. En un pedazo espacial negro, frío, con un olor tóxico. Una de las fábricas, que después supimos cuál era, se estaba incendiando. A lo lejos, se veían más focos del fuego. Por la misma pista en la que íbamos, los autos se devolvían en 180 grados. Tuvimos que darnos vuelta para entrar a la caletera. Ahí una fila interminable de autos, camiones, gente que había huido desde la costa al igual que nosotras, avanzábamos increíblemente despacio. Pasamos por Colina y Quilicura hasta que al fin entramos a la ruta camino al centro de Santiago. Miré el reloj: nos demoramos cuatro horas en llegar hasta la capital. Cuando me bajé, subí casi corriendo las escaleras con un bolso y el saco de dormir a cuestas hasta el sexto piso. Mamá salió sin pintura, con la ropa que se puso arriba del pijama. Nos abrazamos largo rato en la puerta. Nos abrazamos porque estábamos vivas y juntas. Nos abrazamos porque la torre, con escombros superficiales menos, aún estaba en pie y nosotras también.

28 febrero 2010

Por favor, Ema Venegas, Gerardo Saavedra Venegas, Camila Saavedra Venegas. Todos de Chiguayante. Necesito saber de ellos: 09.9392397.

25 febrero 2010

In and out
Por Pepa Valenzuela

Por fuera: Me operé los ojos y ya no ocupo anteojos. Hay gente que recién ha descubierto que tengo los ojos verdes. No azulitos, ni esmeraldas, sino verde musgo, como los de mi papá. Cumplí 29 años y mis amigas me regalaron un alisado japonés que me dejó el pelo lisito, como planchado, las 24 horas del día. Volví a ser un poco más rubia en la pelu de la Juanita adonde vi el cambio de mando con las señoras del barrio entre puros alaridos de miedo. Creo que bajé de peso, aunque no es seguro porque nunca me subo arriba de una balanza. Encuentro que está de más torturarse por números. Con mi cuenta corriente me basta y me sobra. Volví a ponerme pareo, bikini y flor en el pelo para el cumpleaños hawaiano de mi amiga Carlita y le bailé un tamuré y un sau sau con la mejor de mis sonrisas y hundiendo la guata. También grabé un video para una despedida de soltera con una pintita con la que mamá me habría dado una buena patada en el traste. Bueno, ya no creo. "Ya estás vieja y peluda para saber lo que haces", me dijo ella. Ojo que lo de peluda, es completamente falso.
Por dentro: me embalé y me desinflé amorosamente en un tris. Descubrí que mi familia es más grande de lo que creía y que va más allá de la sangre: tenemos un clan. El Círculo de Hierro, que le pusimos. Ingrid, Diego, Andrea, Pablo, la Carlita y la cómo no, mi Carola. Con ellos estuve para mi cumpleaños. Con la Caro, para el cumple de mi madre. Entonces yo, que me creía tan sola, me di cuenta de que esta gente no me deja en paz y me gusta que me invadan mi soledad. También escudriñé en la nostalgia. Fui hasta el fondo de ella, reviví recuerdos bloqueados y volví a salir de la superficie llena de paz, sin odios ni rencores. Nunca he tenido mucho de eso. La diferencia es que antes, olvidaba. Bloqueaba, más bien. Ahora aprendí a convivir con mis daños con más entendimiento y sin que me dañaran más. También constaté que soy mucho más frágil de lo que me muestro y que allá afuera, la trampa es mucho más común de lo que creía. Por lo tanto, entendí que yo no sé jugar. Y por eso oscilo entre la fe - y asomo mi nariz al mundo - y el miedo, cuando vuelvo a encerrarme en mi privadísima caparazón que sí, aún cerca de mis treinta años, es rosada, con blondas, pajaritos y mariposas. Tonta lesa yo. Porque lo más divertido de todo, es que sigo creyendo que así se puede vivir. Que derechamente es la única manera válida de ser feliz. A pesar de que en todos estos años, la evidencia me ha demostrado precisamente todo lo contrario.