24 julio 2010


Boquitapato

Por Pepa Valenzuela




Lo conocí en Cuba, a las 11 de la mañana, en la barra del bar playero, pidiendo un cuba libre que en la isla se llama cubata. Me dijo hola, cómo te llamas, sabes que he venido a celebrar mi cumpleaños con puras parejas de matrimonio que sólo han peleado en el viaje y yo me quiero divertir, pasarla chévere. Era un mulato precioso, de dientes blancos, rulos desordenados, pinta de brasileño, pero por el chévere pensé que era venezolano. Resultó ser peruano y en un par de días más, cumplía dos años menos que yo. Lo miré a los ojos, llenitos de vida, transparentes, la boquita de pato y me estremecí. Porque supe ahí mismo que ése sería uno de los encuentros que me cambiaría la vida. De esas cosas que pasan porque tienen que pasar. Que estaba ante un pedacito de mi destino. Pero eso no se lo dije a nadie hasta mucho después.

A los dos días, nos despedimos en Cuba y yo que no decía mucho porque una va quedando muda, minusválida emocional después de los daños, sólo lo abracé bien fuerte. Pero sentía un vacío en el pecho, como si me estuvieran arrebatando el alma sin anestesia. Y él, que me había dicho de todo en esos tres días, sólo me pedía que lo esperara, que vendría por mí, que no lo olvidara, con su boquita de pato, los rulos revueltos, los ojos brillantes y su mano despidiéndose de mí desde arriba del bus que lo llevaría de regreso al aeropuerto para volver a Lima.

Nos empezamos a escribir. A querernos a distancia. A echarnos de menos como si hubiéramos pasado la vida entera juntos. El repetía que lo esperara. Que vendría por mí. Me pidió ser su novia por chat y yo dije que sí. El 1 de julio lo vi cruzar la salida internacional del aeropuerto con una chaqueta blanca, los rulos revueltos, la boquitapato suspirando. Nos abrazamos muy fuertemente y yo temblaba como gelatina, intentaba reconocer ese pedacito de mi destino en mi país, en mi ciudad. No tardé en hacerlo. A los pocos días, ya lo sentía tan natural en mi vida que olvidé cómo lo haría sin él. Y cuando se fue 10 días más tarde, después de que dejamos casi en shock a la gente que hacía fila en policía internacional, que nos miraba besarnos, lagrimear, él entrar y salir para darme el último beso, lloré mucho. Tenía una nostalgia horrorosa. Una nostalgia que todos los días acarreo de allá para acá. Él me falta en todo. Y desde Lima él me dice que en todo le falto yo. Tenemos planes al respecto. Porque la nostalgia es terrible, pero más terrible es no hacer nada cuando en la vida pasa algo así. Y yo espero que Dios nos cuide. Que nos eche una manito. Porque la vamos a necesitar muchísimo. Porque yo después de conocerlo, ya no puedo estar sin él.