Por Pepa Valenzuela
Las cosas han estado revueltas allá afuera. Se fue Guillermo, antes de que alcanzáramos a decirle que lo queríamos de regreso. Su despedida estuvo repleta de periodistas, editores, directores y dueños de medios que al final de sus días no fueron capaces de remediar su desazón: lo único que quería Guillermo era volver a empezar. Escribir las grandes crónicas de las que era capaz, recuperar el espacio que le correspondía, hacer periodismo del bueno, ése que por estos días está muriendo a manos de gerentes desesperados por las cifras rojas y directores que agachan el moño sin chistar a cambio de mantener la peguita. (Muchos apóstoles del buen periodismo, Guille, le dieron vuelta la espalda. Al buen periodismo, Guille, le quedan pocos abogados que lo defiendan). La noche de su funeral, soñé con él. Lo veía con una de sus poleras medio apretadas, a lo Titán Do Nascimento, y me abrazaba como un oso. Supuse que eso era una especie de delegación misteriosa y no me equivoqué: a los pocos días tenía a tres alumnos en mi casa que iban a hacer su tesis con Guillermo y que ahora yo guiaré. Espero no defraudarlo.
Hace unos meses, perdí a otra amiga. Una amiga con la que estuve en sus peores momentos, una amiga por la que recé para que siguiera con los pies en esta Tierra y que de un momento a otro, descubrí que estaba más lejos de lo que jamás esperé. Cuando las formas son parecidas, cuesta entender que los fondos sean completamente opuestos.
Otro huracán me tuvo dando vueltas en el aire, revolviéndome las ideas y el alma, durante muchas semanas. Cuando pasó y me recuperé del mareo, tomé una decisión: partir de la revista. Irme del territorio conocido donde acampaba hacía años y sin despedirme de nadie. Ahora ando en busca de nuevos espacios donde pueda quedarme con la conciencia tranquila, haciendo lo que sé hacer, pero sobre todo, un lugarcito donde me quieran y me respeten. Y si no lo encuentro, me lo voy a fabricar. Por eso mismo, he estado reclutando compañeros de viaje, socios en esta reconstrucción de las cenizas. El problema es que muchos de ellos, están cansados de tanto vagabundear y han perdido la fe de encontrar alguna vez el paraíso. Yo sigo convencida de su existencia. Yo soy una de las pocas abogadas defensoras que van quedando.
En los últimos días también vi a mi hermano llorar. Lloraba con una pena con la que no lo había visto nunca. Mi hermano es un gordo optimista, lleno de proyectos visionarios que nunca lleva a cabo, un papá que se desdobla por sus cinco hijos con una sonrisa de oreja a oreja aunque eso signifique practicamente no dormir. Por eso verlo llorar de pena, me partió en dos.
Con mamá iremos a ver a Paul Anka. Le regalé unas entradas que me dejaron literalmente en bancarrota, pero vale la pena estar en esta miseria: mamá lleva 28 años hablándome de cómo bailaba chick to chick al son de Paul Anka cuando era joven. Y nunca ha ido a un concierto. Creo que va a ser una noche que jamás podrá olvidar.
Con José peleamos poco, pero siempre por el mismo tema. No puedo dar más pistas: José adora su anonimato y yo se lo respeto, aunque me cuesta un mundo. Pero aunque peleamos, y cuando no peleamos pareciera que estuviéramos peleando (él me dice que calladita me veo más bonita y yo, le canto solteros sin compromiso en son de amenaza de una supuesta plr), seguimos juntos. Nos acompañamos en todo. Y sinceramente no puedo imaginarme sin él. Repito: más pistas, no puedo dar. Sólo puedo decir que la temporada de huracanes pasa más rápido y sin miedo con José a mi lado.
3 comentarios:
Espero que encuentres ese lugar.
Escribe más seguido por aquí, Pepa. Te extraño!
Que estés bien.
holaaaaaa hola!
q rico q escribiste.
todos vivimos tiempo de huracanes. a veces son necesarios, nos remecen, nos desordenan un poco el cuento. pero siempre algo bueno sale de eso.
te mando un abrazooooooo
S
La temporada de huracanes tuya es metafórica, pero acá en América del Norte es literal... La semana pasada no más mis viejos se anduvieron asustando por unos tornados que andaban al norte de Toronto, que igual queda algo lejos de aquí, y la tele no ha dejado de transmitir sobre el famoso Bill que pasó por Nova Scotia y Newfoundland.
A decir verdad, un huracán de los metafóricos también pasó por mi corazón este fin de semana. Y dejó la crema no más.
Sigue escribiendo Pepa, siempre te leo. Deja siempre actualizaciones de dónde pones tus columnas.
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