03 julio 2009


A pie

Por Pepa Valenzuela


José me metió en un curso de manejo. Así es que a mis veintiocho, recién estoy aprendiendo a conducir. Sólo había tomado un auto dos veces en mi vida: a los 17, cuando antes de tener que venderlo para sortear una crisis económica familiar, manejé el Fito de mi madre en los antiguos estacionamientos del Parque Arauco (no lo hice nada de mal) y un poquito antes de este curso de manejo, cuando José me prestó su auto (más conocido como LuliLov) en la playa y casi se murió de un infarto cuando partí a tropezones y le metí chala al acelerador. Así decidió que no estaba capacitado para enseñarme de a poquito y me matriculó en una escuela de conductores. Y la verdad, es que no he avanzado mucho. La parte teórica la entendí hasta que pasamos a mecánica. Y ahora, manejando, aún ando un poco torpe y medio bruta para manejar los pedales. Además, no calculo bien cuánto debo virar el manubrio cuando doblo (ni menos cuándo devolverlo a su posición inicial) y transpiro como una condenada al volante. Me pone nerviosa manejar. Y también me enfurece a ratos con los otros, que a pesar del tremendo cartel de En Práctica que llevo encima, me bocinean para que me apure. La verdad es que soy una conductora mochera. El otro día me agarré con un tipo de una camioneta que me bocineó por no arrancar como auto de carrera. Yo le saqué el dedo del medio por la ventana. Y después el tipo se acercó por el lado y me dijo: "rotita". Yo le tiré un rosario de vuelta. Y después le dije al pobre profe de manejo que llevo de copiloto, a lo más Paty Cofré: "Y eso que soy una dama".

En fin. No creo que lo haga bien manejando. No creo que llegue a ser una conductora decente. Tengo mala coordinación y mal caracho. Y además, le tengo muchísimo miedo a esa gente que no puede moverse por el mundo si no tiene un auto a la mano. Yo no quiero ser así nunca. Quizás por eso nunca quise aprender a manejar antes, aparte del hecho que no tengo qué diablos manejar y creo que no lo tendré en varios años más. Mi vida hasta ahora ha sido a pata. A pata y en el centro de esta ciudad. Y eso es algo de mi vida que me gusta muchísimo: caminar por el centro, mirando, escuchando conversaciones ajenas, perdiendo mi tiempo adrede, metiéndome en tiendas y conversando con desconocidos. En el centro, puedo llamar a la Cata y decirle que baje de su oficina para fumarme un cigarro con ella. Conozco a todos los artistas ambulantes del sector y adoro comer sola un dominó mientras sapeo a quienes pasan por la calle. En el centro he visto una de las imágenes más bellas que he presenciado: una niñita boliviana llevando su muñeca en su espalda amarrada con un pañuelo. He comido en la mayoría de los restaurantes y fuentes de soda y no dejo de sorprenderme con las caras del resto. Una de las cosas más fantásticas de este mundo es que ninguna cara se repite con otra. Dios hizo el álbum con la mayor cantidad de laminitas posibles.

El otro día también conocí La Moneda por dentro. Fui a una entrevista de pega para la cual no quería calificar y menos mal, no califiqué. Pero conocí La Moneda por dentro y eso valió la pena: comprobé que no tiene la majestuosidad que creía, que los muebles son viejitos y bien feos la verdad, que la Presidenta no tiene asesor de decoración de interiores, que el personal no se emperifolla a la altura de trabajar en el palacio de gobierno, que los carabineros de ahí son muy simpáticos y de pasadita, que no sirvo para la institucionalidad. Que nunca serviré. El dolor que tenía en la guata cuando pensaba que quizás clasificaría y que tendría que quedarme a hacerle las relaciones públicas a un ministerio, que tendría que vender pomadas y convertirme en una negociante de ideas, me lo dijo. A quién estaba intentando engañar, si en el fondo siento, y perdón que lo sienta, que las relaciones públicas son una traición a nuestro oficio. Es pasarse al lado oscuro de la fuerza por cierta estabilidad y platitas seguras. Es dentro de mi cabeza quijotesca, un acto de cobardía feroz. Nadie mejor que nosotros, los periodistas, sabemos que los que menos necesitan o debieran tener relaciones públicas son quienes más dinero tienen para pagarlas. Que nos toca estar con los otros, los que pesan menos que una pluma y nos necesitan para saber lo que de verdad importa, (y que no es precisamente la autofanfarrea o las cortinas de humo de empresarios, políticos, gerentes, dueños del país). A quién intento engañar: tengo esa ingenua, apasionada y ciega vocación de periodista, convicción de chilena promedio, una ñoña voluntad de justiciera del pueblo. Y por eso inevitablemente siempre seré una persona de a pie.

10 comentarios:

Memoriona dijo...

Pepa: yo fui a DOS cursos de manejo, el primero no me permitio sacar la licencia, falle en el examen.
Después mi viejo me enseño algunas cosas básicas, y obtuve mi licencia, pero volví a hacer un curso para sentirme más segura.
Me costo harto lanzarme, pero aun sigo siendo "persona a pie", a pesar de que tengo auto, y es que a veces me parece que es un estorbo, porque hay que dejarlo estacionado en un lugar cercano, y sobre todo seguro y eso significa plata y estarse pasando el rollo todo el rato, por eso no cambio la micro o el metro, ni menos mis pies.

Ariel Guerrero dijo...

Hermosísima columna, Pepa. Me encantó. Siempre agarran pa'l chuleteo a las mujeres cuando se ponen a manejar, pero yo creo, Pepa, que simplemente te tienes que relajar. Es simple cosa de costumbre y de práctica.

De acuerdo con mi experiencia personal, es útil, para relajarse manejando y no perderse, p. ej. para el viaje de la casa a la pega/la pega a la casa, o al supermercado, qué se yo, los viajes más frecuentes, elegir una ruta y aprendérsela de memoria, y tener un mapa a mano en el auto por si tienes que andar por territorios desconocidos.

También me encanta leerte como Pola Valbuena, no me la pierdo nunca.

Muchos cariños.

Sole dijo...

Pepa! me encanta leer tus columnas son muy entretenidas e intersantes.
Creo que compratimos el mismo amor las calles centricas de stgo como buena provinciana el centro de stgo reune toda la diversidad que no vi en mi cuidad.
saludos

rosi dijo...

hola pepita

yo tambien soy una patiperra citadina, acá en mi querido Valpo o en el centro de Santiago (mi probable nuevo habitat), asi que te comprendo 100%, nada como caminar, andar, mirar, escuchar o sapear a la gente de las calles y ser uno más de ellos.
Un Beso.

Ignacio Andrés Cobo dijo...

Pepa!!! Coincido contigo...aunque mi mamá me diga que el auto sirve en las emergencias y que cuando sea viejita la tendremos que llevar al medico, creo que no quiero aprender a manejar. Aunque tenga que llevar a la señora en bici...
Los automovilistas se pierden de mucho. Además debo tener en cuenta mis mareos jajaja

Hasta tu proxima columna!!!

Kuky Haindl dijo...

Pepa: me sentí demasiado identificada! también tengo 28 y aún soy peatona...pasé por un curso de manejo que ha sido la experiencia más estresante de la vida. Y sé, que el día que quiera ser mamá, tendré que sacar el dichoso carnñé para acarrear la prole a cuanta cosa tengan que ir (colegio, doctor, etc). pero también amo el caminar y vivir la ciudad como transeúnte.
saludos! Sales muy linda en la foto

morris dijo...

a quemar suelas no más

S dijo...

holaa pepita
q chistoso lo q cuentas, sobre todo cuando paraste el dedo del medio! jajajaja.. clasico. el curso de manejo es tremenda experiencia, hay nervios, ansiedad, no se.. pero sabes la practica es lo principal, ya verás como vas a disfrutar manejar, yo asi lo hago, pongo wena musica y listo!
estoy de acuerdo que lo mejor es caminar y no perderse mil detalles de la vida. no se trata de uno o lo otro, auto y a patita son compatiblbles!
un abrazo enorme para ti

S dijo...

wenisimo dato lo de las pantys de polar :)
por un invierno con piernas
besos

pauli dijo...

que eres linda pepa,a pesar que solo te leeo, te tengo un cariño grande grande, me alegra nnnn que sigas tan bien con jose, eres la honestidad en persona,cariños