PARIS, MON AMOUR
Tres momentos imborrables del viaje a Europa, mayo de 2007.
Por Pepa Valenzuela
Acá en los Campos Eliseos.
Amor con alas
El avión se demorará trece horas en llegar a Madrid. Trece horas es mucho tiempo para mí. Nunca he viajado tanto, menos arriba de un avión que para mala suerte mía, va repleto. La fila para acomodarse adentro avanza lento. Van alemanes albinos, familias españolas, harto chileno sonriente y muchos niños, más de lo que quisiera. Al fin llego a mi puesto: me toca al lado de una chilena pechugona, que todavía está amamantando a la niñita que lleva en brazos envuelta en un chal blanco, su marido, un español pelado de chaleco sin mangas y mocasines y sus otros dos hijos: dos pelusas que no paran de tocar todos los botones que encuentran en sus asientos y que no pasan de los diez años. Error: debí haberle hecho caso a la Andrea y haberme dopado para dormir en paz. Pero al rato el padre de familia se me acerca y me pregunta si le puedo cambiar de puesto, para irse al lado de sus pergenios. Le digo que sí y quedo en un asiento de pasillo. En la fila contigua, de asientos dobles, va un español joven, de ojos verdes, que me sonríe cada cinco minutos. Está radiantemente soltero y se le nota a la legua que busca acción. Un romance de trece horas que ojalá se prolongue para toda la vida. El español es un romántico, un chico bien intencionado, de mirada ingenua. Sé que es médico, por sus manos perfectas y limpias y que es más bueno que el pan. Una persona no puede traicionar a su propia mirada. Una chica colorina, crespa, que lleva un gran polerón que dice Chile en las espaldas, se sienta al lado de él. La compatriota es sociable y le mete conversa inmediatamente. Le habla de Neruda, Gabriela Mistral y otros autores chilenos archi conocidos. Le explica que tiene una hija de cinco años, pero que el papá de su niña se hizo humo hace mucho tiempo. Que está soltera y viaja por primera vez a España, para probar suerte. Todo esto antes de despegar. El español, efectivamente es médico. Eso le dice a la colorina mientras el avión tirita y se separa del suelo. El español no vuelve a mirar hacia el pasillo. Seis horas después, mientras todos duermen a pata suelta en el avión y yo vuelvo por el pasillo hasta mi asiento después de haber estirado las piernas, veo que la colorina y el español duermen abrazados debajo de una frazada. Una hora más tarde, escucho sus besuqueos camuflados. Y catorce horas desde el despegue, los veo atravesar el aeropuerto de Madrid de la mano, como si siempre hubieran estado juntos.
Mi amigo dominicano
La Cata fue la que trajo a Jose a mi vida. Estábamos con la Andrea y la Cata de vacaciones en Punta de Cana. Rascándonos el ombligo, tomando piña colada debajo de palmeras y quemadas hasta las orejas. Hasta que una noche, afuera de una discoteque reggaetonera, Jose se nos acercó. O sea, se le acercó a la Cata. Jose cayó fulminado con su cabellera rubia, su escote descarado y su vocabulario de señorita bien. Y se nos sumó al viaje, contándonos sobre la situación política de su país, la pobreza de los vecinos haitianos y bailes caribeños. Jose era abogado, presidente de la Juventud del Partido Socialista en su país y había estado al borde de la muerte hacía menos de un año. Mientras estaba en el campo de su familia, lo agarró una bala perdida que le entró por la pierna y le salió por la espalda, muy cerca del corazón. Nunca supo quién
El avión se demorará trece horas en llegar a Madrid. Trece horas es mucho tiempo para mí. Nunca he viajado tanto, menos arriba de un avión que para mala suerte mía, va repleto. La fila para acomodarse adentro avanza lento. Van alemanes albinos, familias españolas, harto chileno sonriente y muchos niños, más de lo que quisiera. Al fin llego a mi puesto: me toca al lado de una chilena pechugona, que todavía está amamantando a la niñita que lleva en brazos envuelta en un chal blanco, su marido, un español pelado de chaleco sin mangas y mocasines y sus otros dos hijos: dos pelusas que no paran de tocar todos los botones que encuentran en sus asientos y que no pasan de los diez años. Error: debí haberle hecho caso a la Andrea y haberme dopado para dormir en paz. Pero al rato el padre de familia se me acerca y me pregunta si le puedo cambiar de puesto, para irse al lado de sus pergenios. Le digo que sí y quedo en un asiento de pasillo. En la fila contigua, de asientos dobles, va un español joven, de ojos verdes, que me sonríe cada cinco minutos. Está radiantemente soltero y se le nota a la legua que busca acción. Un romance de trece horas que ojalá se prolongue para toda la vida. El español es un romántico, un chico bien intencionado, de mirada ingenua. Sé que es médico, por sus manos perfectas y limpias y que es más bueno que el pan. Una persona no puede traicionar a su propia mirada. Una chica colorina, crespa, que lleva un gran polerón que dice Chile en las espaldas, se sienta al lado de él. La compatriota es sociable y le mete conversa inmediatamente. Le habla de Neruda, Gabriela Mistral y otros autores chilenos archi conocidos. Le explica que tiene una hija de cinco años, pero que el papá de su niña se hizo humo hace mucho tiempo. Que está soltera y viaja por primera vez a España, para probar suerte. Todo esto antes de despegar. El español, efectivamente es médico. Eso le dice a la colorina mientras el avión tirita y se separa del suelo. El español no vuelve a mirar hacia el pasillo. Seis horas después, mientras todos duermen a pata suelta en el avión y yo vuelvo por el pasillo hasta mi asiento después de haber estirado las piernas, veo que la colorina y el español duermen abrazados debajo de una frazada. Una hora más tarde, escucho sus besuqueos camuflados. Y catorce horas desde el despegue, los veo atravesar el aeropuerto de Madrid de la mano, como si siempre hubieran estado juntos.
Mi amigo dominicano
La Cata fue la que trajo a Jose a mi vida. Estábamos con la Andrea y la Cata de vacaciones en Punta de Cana. Rascándonos el ombligo, tomando piña colada debajo de palmeras y quemadas hasta las orejas. Hasta que una noche, afuera de una discoteque reggaetonera, Jose se nos acercó. O sea, se le acercó a la Cata. Jose cayó fulminado con su cabellera rubia, su escote descarado y su vocabulario de señorita bien. Y se nos sumó al viaje, contándonos sobre la situación política de su país, la pobreza de los vecinos haitianos y bailes caribeños. Jose era abogado, presidente de la Juventud del Partido Socialista en su país y había estado al borde de la muerte hacía menos de un año. Mientras estaba en el campo de su familia, lo agarró una bala perdida que le entró por la pierna y le salió por la espalda, muy cerca del corazón. Nunca supo quién
había sido el autor del disparo. Pero haber estado con una pata en el otro mundo, le dio una madurez que a sus veintitrés lo convirtieron en un caballerito amable y generoso. Por eso cuando le escribí contándole que iría a Bruselas, inmediatamente me invitó a su departamento en París, donde estaba desde hacía unos meses estudiando un magíster de delitos de lesa humanidad. “Si no vienes a mi casa, me ofendo”, me puso en su correo. Así, fue cómo cuando me bajé del tren rápido que me llevó a la capital francesa, me lo volví a encontrar. Jose arrastró mi gigantesca maleta por todas las conexiones habidas y por haber del metro parisino. Y me paseó como si yo fuera Lady Di: me llevó en un bote por el río Sena, subimos juntos a la torre Eiffel y a la Iglesia del Sagrado Corazón. Me
llevó a un bar latino donde después de bailar un merengue, un montón de franceses tiesos nos aplaudieron a rabiar. Me presentó a una comunidad dominicana que me metió comida, reggaetón, merengue y bachata hasta las orejas. Y me cedió su dormitorio, para que yo estuviera más cómoda. Desde entonces, sé que Jose del Jesús es el hermano perdido que buscaba en Chile. Qué iba a saber yo, que estaba metido en República Dominicana.
El guardaespaldas
Llevo un bolso negro a mis espaldas lleno de regalos, una maleta que debe pesar más de veinte kilos y una cartera gigante colgada al cuello. Cada cinco pasos, descanso. Me duelen los hombros y no sé cómo diablos voy a llegar al aeropuerto de Bruselas con tanto cachivache. Pero al menos ya estoy en la estación de trenes que me llevará hasta ahí. Vamos a ver ahora cómo me las arreglo para subir al vagón con esta pila de cosas que acarreo. El tren llega puntual. Europa da gusto con lo ordenadita que es. Dejo que se suban los otros pasajeros y comienzo con la carga. Una maleta arriba. La segunda, a medias. Hasta que frente a mis narices, aparecen dos brazos tatuados y musculosos que agarran mi primer equipaje como si pesara una pluma y lo sube al compartimiento. “I can help you” me dice el hombre rudo con un tono francés. Lo miro de arriba abajo. Es pelado al rape, viste una sudadera punga, tiene los dientes chuecos y una decena de tatuajes. Parece un pirata. Y lo peor del caso, es que va con otro pirata igual que él en el tren. Le sonrío y le doy las gracias, pero tengo miedo. Aquí fregué, pienso. Éste es un lanza a la francesa y me va a robar hasta el alma. Pero como apenas me puedo mis maletas, ya no puedo arrancar. No me queda otra que meterle conversa y ser simpática, para que por último se compadezca de mí y desista de su plan delincuencial. El pirata se llama Egal. Me dice en su pésimo inglés que es belga-turco y que viaja junto con su amigo a Israel, para entrenarse como guardaespaldas. No como cualquier guardaespaldas, aclara. Él va a ser de esos que acompañan a los Presidentes, líderes religiosos y hombres de negocios más importantes del mundo en misiones secretas. Ni su familia puede saber a quiénes está cuidando. Egal sólo me da una pista: su próximo destino, después de la última patita del entrenamiento en Israel, será Sudáfrica o Iraq. Cuando llegamos al aeropuerto, con Egal y su amigo mudo, porque no habla inglés, ya somos yuntas. Entro al aeropuerto a lo Paris Hilton, cargando sólo mi
El guardaespaldas
Llevo un bolso negro a mis espaldas lleno de regalos, una maleta que debe pesar más de veinte kilos y una cartera gigante colgada al cuello. Cada cinco pasos, descanso. Me duelen los hombros y no sé cómo diablos voy a llegar al aeropuerto de Bruselas con tanto cachivache. Pero al menos ya estoy en la estación de trenes que me llevará hasta ahí. Vamos a ver ahora cómo me las arreglo para subir al vagón con esta pila de cosas que acarreo. El tren llega puntual. Europa da gusto con lo ordenadita que es. Dejo que se suban los otros pasajeros y comienzo con la carga. Una maleta arriba. La segunda, a medias. Hasta que frente a mis narices, aparecen dos brazos tatuados y musculosos que agarran mi primer equipaje como si pesara una pluma y lo sube al compartimiento. “I can help you” me dice el hombre rudo con un tono francés. Lo miro de arriba abajo. Es pelado al rape, viste una sudadera punga, tiene los dientes chuecos y una decena de tatuajes. Parece un pirata. Y lo peor del caso, es que va con otro pirata igual que él en el tren. Le sonrío y le doy las gracias, pero tengo miedo. Aquí fregué, pienso. Éste es un lanza a la francesa y me va a robar hasta el alma. Pero como apenas me puedo mis maletas, ya no puedo arrancar. No me queda otra que meterle conversa y ser simpática, para que por último se compadezca de mí y desista de su plan delincuencial. El pirata se llama Egal. Me dice en su pésimo inglés que es belga-turco y que viaja junto con su amigo a Israel, para entrenarse como guardaespaldas. No como cualquier guardaespaldas, aclara. Él va a ser de esos que acompañan a los Presidentes, líderes religiosos y hombres de negocios más importantes del mundo en misiones secretas. Ni su familia puede saber a quiénes está cuidando. Egal sólo me da una pista: su próximo destino, después de la última patita del entrenamiento en Israel, será Sudáfrica o Iraq. Cuando llegamos al aeropuerto, con Egal y su amigo mudo, porque no habla inglés, ya somos yuntas. Entro al aeropuerto a lo Paris Hilton, cargando sólo mi
cartera: los dos guardaespaldas llevan mi equipaje, más el de ellos, como si nada. Nos tomamos un café, intercambiamos correos electrónicos y teléfonos. Antes de desaparecer por la sala de embarque, Egal me dice que algún día visitará Chile, que lo promete. Yo le hago jurar que aparte de espaldas ajenas, también se cubrirá la de él. Cuando vuelvo a Santiago y abro mi correo, ahí está Egal: con chaleco antibalas, lentes ahumados y una metralleta entre las manos en un desierto israelí. Sano y salvo, por ahora.
25 comentarios:
pasa que cuando te leo me dan ganas de ser periodista.
pasa que cuando los mismos periodistas me dicen no te metas en esta mierda, me da miedo.
saludotes amorosa.
Te felicito! Vengo de leer tu columna en el LUN. Excelente parada de carros a un señor machista, cuyo exceso de testosterona le impidio pensar bien y nos achaca a las mujeres el tener las hormonitas alborotadas cuando decimos algo q no le gusta.
Qué rico tu viaje por París! Eso fue después de tu premio, no? Me alegra.
Creo que eres una de las mejores periodistas de nuestra generación, sino la mejor. Lo digo en serio, no soy de adular xq sí.
Muchos saludos desde Pamplona!
Excelente columna la de hoy en LUN. Por lejos de las mejores que te he leído. "El uso prolongado de sostenes" califica entre las grandes frases del último tiempo.
Saludos.
Muy lindas las historias..al final las historias simples son las que te dejan pensando....
Ando invernal..y parece que esta buena la columna de LUN...que bueno que alguien le diga algo a ese señor...
En fin...cuidese....y parabienes...
= que marcos, creo que "el uso prolongado de sostenes" es de las frases más maestras y chistosas que he leído.
Buenísima la de hoy, hay cantidá de esos especimenes
Respecto a la entrada del blog, o sea y tú te quejabas hace una tiempo de tu pega... date con una piedra en los dientes!!!
Saludos mil.
Pepa definitivamente lo del medico, nah, mala suerte, porque igual hubiera sido "lindo" estar en el lugar de la coliorina..
tu amigo en Paris, demaciado espectacularsh, a veces es mejor tener amigos que malos amores..
y los del tren, a veces las apariencias engañan...
suerte en todo Pepa, cuidate y te leo luego, en el prox blog
xauzzz
Ay Pepa, no te conozco en persona pero me da la impresión que debes tener más historias que la cresta. Cada vez que te leo, me sacas de la monotonía de mi pega y mi aburrimiento crónico. Ojalá nunca pierdas la capacidad de hacer grandes historias simples. Ah, leí tu columna de lun... que atroz, y tan chori que encontraba al vejete. Nos vemos en un próximo blog.
muy buenas tus historias esas pequeñas historias o momentos siempre son inolvidables!!
saludos
jajajaj notables historias todas!
lo del avion genial el amor se aparece en cualquier lugar eh?
saludos
PD.Muy buena la carta a villegas.
bacanes tus aventuras... tiembla petete!!!
que bueno que haya sido enriquecedor...
un abrazo.
Oye!!! Me haces pensar en toda la gente que hay ahi afuera...
Muchos saludos
Toti
Primer Dia - Julieta Venegas n.n
Cresta, que buen post, hasta me dieron ganas de tomar un avión ahora ya.
Saludos
Hola Pepita
Sé que tienes comentaristas habituales, yo soy de las esporádicas, que siempre vuelvo a leerte y a veces a escribir algo. Me llegó especialmente tu entrada acerca de la bomba de tiempo, la puteada. ¿Dónde están? ¿Qué los demora?
Oye, días atrás me quedé convencida de que te había visto almorzando en un lugar en Lord Cochrane... si eras tú, me recordarás por la insistencia en mirarte, aguantando las ganas de ir a preguntar y saludar como si te conociera de toda la vida.
Un abrazo, y felicitaciones por el departamento, son proyectos que hacen nuestra vida más completa; ojalá que para la entrega no llegues solita.
Argh, todo lo que tenga que ver con aviones repletos de gente me carga. Mi ultimo viaje no fue de 13 sino de 9 horas pero se me hizo bien eterno de todas maneras, asi que entiendo. Menos mal que no iba tanto cabro chico, me cargan, jaja.
Muy entretenido lo del hermano Dominicano-parisense y mas aun lo del guardaespaldas. Como para no perder esos contactos.
Saludos
yo kero eso...
todo eso...
viajes, amigo, etc...
ajajaja
wenisima columna contra Villegas,
x culpa de el no puedo disfrutar
a Pato Navia... xk el viejo
se jura el centro de atencion...!!
ni un brillo la verdad...!!
Besooootes
y me rei mucho con tu columna de nuestra amigui-not Marlen...
Lindas las palabras q dejaste en mi blog!
:)
que suerte, por España!
El próximo Domingo 26 de Agosto, se realizará una muestra de Quebrantahuesos (creados en los 60's por Nicanor Parra, Jodorowsky, Lihn y Berti), mezclando la irreverencia, el absurdo, y la ironía respecto a política, sociedad, educación (entre otros) que nos aquejan a diario. Es una muestra libre que se realizará en el Parque Forestal (frente al MAC) desde las 15.00hrs. nos interesa que la gente los observe y reaccione de algún modo frente a la expresión artística que estamos reviviendo.
Esperamos tener apoyo de los medios para dufundir nuestra actividad.
¡ QUEBRANTAHUESOS 2.0 !
sabes? estos espacios hacen que la gente que NO tiene idea que carrera universitaria elegir siga pensando que el periodismo es una buena opcion y haces olvidar el miedo que inculcan en todos lados diciendo que esta copadisimo y que terminaras trabajando en empaque en un supermercados.
Buen blog
t seguire leyendo
qué lindos ojos
la columna d la rucia abajista esta..MAESTRISIMA!!!!
hola pepa venezuela que gusto de conocerte muy bueno tu comentario si eres tu la que sale en las fotos muy bonita tambien bueno solo pasaba por aca a saludarte espero que pases por mi blog y dejes tu posteo
"Me gustas cuando callas, porque estás como ausente..." Neruda.
"Me gusta cuando escribes, porque sé que estás aquí.." Yo
Saludines
wenas historias....
creo q comenzaré a andar más en avion , haber si pillo mi algo :)
saludos pepita
Pepa
Hola
Hace poco leí su columna respecto de las causas por las cuales debió usted abandonar su departamento. Es intolerable que la justicia, en conocimiento de los probleas que aqujan a tantas personas inocentes, no tomen las medidas pertinentes en cuanto a la prevención de muertes.
Me gusta su estilo, aunque sería bueno que contestara los comentarios alguna vez.
Gracias.
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