10 septiembre 2011




Hace un par de años, escribí esta columna para una revista del cable sobre la compañía que ejercía la tele nuestra de cada día. En nuestra casa, es influencia tenía un rostro y un nombre: Felipe Camiroaga.
A una semana del accidente que se lo llevó a él y a otras 20 chilenos solidarios, les dejo mi mínimo y pequeñísimo homenaje. Godd fly, Felipe. Y gracias por todo.



El amante de mamá
Por Pepa Valenzuela

Mamá es una mujer con el corazón acorazado. Una secretaria jubilada que desde que se separó del multimaniático de mi padre hace más de dieciocho años, se declaró inmune al amor. A sus cuarenta años, dos matrimonios con hombres imposibles le bastaron para convencerse que ninguna posible gracia del sexo opuesto era tan grande como para soportar sus mañas y además lavar calzoncillos ajenos. Por eso, todavía guapa y vigente, decidió dar un paso al lado. Declararse en huelga. Apagar para siempre su transmisión en rosa. Ponerse en off. Desde entonces ha estado sola. Y a pesar de las supuestas contraindicaciones para el ánimo, la piel y no sé cuántos otros males más que significa vivir sin amor y sus bondades, mamá parece una mujer bastante feliz. Sin embargo, creo saber por qué: desde que está sola, tiene un amante que sólo habla cuando ella quiere, la hace reír a carcajadas y además se calla cuando ella lo decide. Un fiel compañero que va detrás de ella por todas las habitaciones del departamento, la hace viajar a los lugares donde ella siempre ha soñado ir, comparte con ella a otros galanes que ella siempre quiso amar – no tiene celo alguno -, y además la entretiene todo el santo día: el televisor. Mamá ama a su televisor. Lo ama de verdad. No es una relación superficial ni utilitaria del doy te doy y tú me das ni una relación de sana convivencia. Entre ellos hay amor del bueno y a ratos, pura pasión incendiaria. Tanto así, que hace poco decidió bautizar a este insólito amante, como una medida para romper el hielo. En mi casa, la tele no se llama tele. El gran televisor de 21 pulgadas que mi vieja arrastra de su dormitorio al living por las mañanas y del living a su dormitorio por las noches arriba de una mesita con ruedas, se llama Felipe. Un homenaje a Felipe Camiroaga, el hombre que nos levanta a mi madre y a mí, en todo el amplio sentido de la palabra.
Como decía, entre mi madre y Felipe, su televisor, hay amor. Nunca he visto mujer más enamorada de algo que mi vieja de su Felipe. En la mañana lo saluda antes de encenderlo y cuidadosamente, sin sacarle sus antenitas al sol todavía, lo lleva hacia el comedor. Ahí, juntos comienzan a comentar las noticias. Felipe se las cuenta y mi madre a veces se las discute, otras veces se emociona hasta las lágrimas con historias de superación o dramas de la vida real y otras, le grita furiosa a su novio cuando éste le cuenta cosas que a ella no le gusta escuchar: alzas de precios, abusos de poder, ladrones dejados en libertad y el último tema por el que casi casi han terminado, el Transantiago y sus múltiples aberraciones. A mediodía discuten como buenos enamorados que son. Mamá se pasa todo el día diciéndole a Felipe con quiénes debiera trabajar y con quiénes no. Hay ciertos opinólogos, conductores y modelos que ella no soporta y no le cabe en la cabeza que Felipe les de empleo dentro de su pantalla plana. “Cuántas veces hay que decir que Juanito Pérez o Sultano no sirven y hablan puras cabezas de pescado”, suspira indignada desde la cocina, mientras prepara el almuerzo. Pero no todo son peleas. A veces hay momentos de pura ternura. En la tarde, Felipe la arrulla contándole historias con acentos mexicanos, gringos o venezolanos con los que mi madre se queda profundamente dormida durante su siesta. Y en la tarde, ambos de ríen de buena gana con series humorísticas, estelares y realities. Mamá conoce tan bien a su acompañante, que muchas veces lo adivina y sabe en qué van a terminar sus teleseries interminables. “Una que ha sido directora…”, le repite cuando llega el final de una serie y era tal como ella la había predicho. Pero lejos el momento peak, es cuando Felipe se pone romántico y le empieza a mostrar países y destinos exóticos donde juntos viajan de la mano. Hace poco, los dos hicieron un tour por los países vascos. Mi madre estuvo una semana hablando sin parar de los lugares que conoció gracias Felipe. Sin embargo, ella no le es fiel del todo. A veces mi madre le pone el gorro a su amante con los mismos tipos que Felipe le presenta: por lo menos una vez a la semana, a la hora del desayuno, mamá me confiesa que tuvo un sueño apasionado con algún rostro de la pantalla local. Así, en sus sueños, mi madre ha pololeado con Bam Bam Zamorano (ojo, en su época de pichichi, no de marido y padre responsable), el cantante de Rojo Mario Guerrero (“Uy, aunque es cabrito, ¡estaba tan enamorado de mí en el sueño, mijita!”), el actor Luciano Cruz Coke (“Y eso que a mí nunca me ha gustado”) y el supergalán Antonio Banderas, con quien no experimentó remordimiento alguno. Sin embargo, el amor es mutuo y Felipe perdona todos sus deslices y enojos. Y la acompaña fielmente hasta que cae la noche y ella se queda dormida al compás de su voz y bajo el potente resplandor de la luz que yo, más tarde, apago calladita y en puntillas.

3 comentarios:

Marcos dijo...

Una gran columna si hubiera sido escrita hoy. Y mejora el doble al saber que fue tipeada cuando nada había pasado.
Me gustó mucho.

Kiki dijo...

Pepa, una vez más me golpeaste el corazón. Vi a la Bery con su "Felipe" . . . y por supuesto se debe a tu manera de escribir. Eres la número 1, claro que después de Isabel Allende (jajaja) En serio, para mi eres única escribiendo y tú sabes que sigo tus artículos desde Lagunillas.
Un beso.

pepavalenzuela dijo...

Gracias Marquitos y tía Kiki: sí, salió hace mucho tiempo en una revista nn de cable. Mi mamá la tiene guardada. Fue lo primero de lo que nos acordamos cuando supimos del accidente. Muchos cariños
P