
La Maca me había pedido una foto, una firma y las ganas. Pero hasta que no estábamos en el tercer piso del Casino de Viña del Mar y Cristalito, el único fotógrafo rubio natural de la revista, sacó su mega cámara, no supe en el tete en el que estaba metida. Lo cierto es que estaba ahí: sin haber ido jamás a una noche del Festival de Viña ni como calcetinera, ahora tenía una acreditación de prensa por obra y gracia de la Maca, mi dulce amiga de la revista de chicas para la que escribo, y para ser franca, para hacer una pega chiquita que justificara el pique. La idea era gestionar algunas entrevistas, pero sobre todo, vivir en primera persona la batahola festivalera desde la trinchera de los colegas. Esos mártires de las comunicaciones que trabajan como perros, duermen con suerte cuatro horas y cada noche de Festival se llevan una pifiadera de aquellas cuando los presentan. La gente no tiene idea cómo se sacan la mugre. Yo, desde mi humilde y cómoda pega de suplementos, les saco el sombrero. Si tuviera recursos, les hago un monolito y les prendo velas. Les juro.
El asunto es que con mi grabadora en mano, los únicos zapatos de taco decentes que tengo, vi circular a todos y de todo. A la tía Coty, que ya había entrevistado para la revista colorinche, y su peinado enlacado. A Amalia Granata (que a todo esto es una chiquitruca que me llega a la cintura) con un vestido bien rasca y su invitación falsa; a Marlen y su vestido rococó que yo encontré de lo más Nina Richie que había, a Sergio y Tomka por culpa de quienes me separaron a punta de empujones de Cristalito y cómo no, a Cecilia Bolocco y su mínimo vestido. Nada que decir: se veía guapísima. Al lado de ella, cualquiera parece Bob Esponja. Yo, me sentí toda la maldita noche de estrellas delgadas y embetunadas, como Barney. Barney versión notera simpaticona. Entrevisté a todos, por puras cabezas de pescado. Me saqué una foto con Hotu – y no me siento una cuma por amarle profundamente a él y su isla – y él me dio un piquito. Camiroaga me regaló un chocolate y por un segundo me miró a los ojos. Qué más podía pedir. En realidad ya me sentía pagada por la ola de guateos laborales y reportajes caídos por culpas ajenas, pero tuve un poco más: con la Maca y Cristalito volvimos a la noche de Tom Jones a Viña. Cantamos, trabajamos otro poco, fotografiamos a algunos fanáticos y esperamos a Los Bunkers. Y luego, nos juntamos con Leo Can y sus amiguitos de Emol a carretear después de que ellos, subieran sus textos, imágenes y videos. Terminamos en la azotea del O´Higgins tomando roncolas, fumando los pocos cigarros que nos quedaban y viendo el amanecer viñamarino mientras Cristalito nos tomaba fotos que claramente podrían arruinar mi vida. Pero por un día, dos noches, me olvidé de las trabas que me tienen con una pena negra en Santiago y entendí que aunque nada me haya resultado desde hace algunas semanas, soy una afortunada por estar donde estoy y tener el trabajo que tengo. De tanto ver colegas barriendo el piso con la lengua, tomando café, luchando en medio de masas humanas, juntando firmas por las restricciones a su trabajo, votando con energías renovadas por la reina, atentos a sus equipos, sin bajar la guardia, me sentí una vaca malagradecida. Porque yo tengo el lujo del tiempo y la libertad para decidir dónde estar. Al lado de ellos, soy una Lady Di del periodismo. Mientras hay demasiados en la galucha, yo estoy en platea – qué pituca y fifí me sentí al percatarme de eso – y por eso finalmente tuve que darme con una roca en los dientes por despotricar por mi mala suerte. Si al final, para qué estamos con cosas, nunca falta la hadita madrina que me pega una sacudida cuando estoy metiendo las patas. Gracias Maca, por favores concedidos.
Hoy en www.lun.com, busque y lea Un Dueñas en el Camino, acerca de cómo un hombre puede devastar a una chica exitosa y por qué una chica exitosa proclamada showoman no puede convertirse en una drama queen.