24 diciembre 2006

SALUDOS PASCUEROS
He estado tres días en cama. Tenía, o mejor dicho, tengo un virus que me dejó a medio morir saltando para esta navidad, pero aquí estoy. Con todos los regalos comprados y una cara de sobreviviente con la que seguro me contratarían para la tercera temporada de Lost. Pero sólo me metí a internet para desearles a todos los fieles lectores de este blog, de la columna, de los reportajes y de cualquier cabeza de pescado de una ha escrito, una preciosa navidad junto a los suyos. A las lolas, que reciban ropa de su gusto y de su talla. A los lolos, que les regalen más cosas útiles que calcetines con rombos. Pero sobre todo, que disfruten de una noche mágica donde hasta una se siente un poco mejor persona. Un abrazo pascuero y nazareno para todos.
pd: Para los que no querían que escribiera sobre el matrimonio de la fiera, mis perdones. No me pude resistir a darle por chula y ostentosa en esta fecha de consumo, deudas y creditazos.
¡Cariños pascueros a todos!

18 diciembre 2006

Este fin de semana leí todos los especiales habidos y por haber sobre Pinochet. Y me emocioné con tanto dolor de los que no conozco. Y me acordé de algunas imágenes de mi propia infancia corriendo con los ojos cerrados de lacrimógenas por el centro, de la mano de mi nana embarazada de seis meses. También de tres escenas que debí haber escrito en ese momento, pero que se me quedaron atrapadas en el miedo de ver cómo aún queda gente que justifica el asesinato, la tortura y la represión brutal. Cada uno sabe por qué está de qué lado. Y aunque algunos fieles lectores no lo compartan (al igual que muchos buenos amigos que tengo sentados en la otra vereda), no puedo dejar de contarles cuáles son algunos de mis motivos. Aquí, sólo dos recuerdos del horror.
FLORES SIN DIENTES
Juntamos la plata a duras penas. No teníamos un mango en esos años, con suerte nos daban mesada para un helado de agua a la salida del colegio, pero lo hicimos igual. Mis compañeritas de octavo me pasaron la recaudación en una bolsita roja y me nombraron delegada de la misión regalo de despedida. Queríamos comprarle un ramo de flores a la Miss Juanita cuando saliéramos de la básica y nos hiciéramos grandes. Quéríamos darle una sorpresa a la profe que nos ponía apodos, que nos escuchaba como si nuestros rollos no fueran tonteras de cabras chicas, que nos había enseñado a tejer y a bordar - incluida a la Mona, que tenía una dislexia feroz - que nos tapaba los condoros adolescentes frente a inspectoras de alma marchita. Por eso queríamos un ramo lindo, grande, pero también, barato. Así es que esa tarde calurosa de diciembre, partí sola, de jumper y con la bolsita de dinero en mi mochila fluorescente a la Pérgola de las Flores. Un lugar al que jamás había ido. Una feria de claveles, rosas, gladiolos y margaritas donde todos gritaban y me mostraban arreglos colorinches embutidos en esponjas verdes. Yo miraba todo muy seria, preguntaba precios, anotaba y seguía mi recorrido. Hasta que una señora me invitó con la mano a su local. Con la otra, se tapaba la boca mientras hablaba y me enseñaba sus reliquias floreadas. Le pregunté por qué se tapaba si en esta vida había que sonreír. A ella se le aguaron los ojos. A mí también, porque enseguida comprendí que había metido la pata. La señora Gloria destapó su vergüenza y dejó al descubierto una boca mustia donde no había un solo diente. Un hoyo negro donde hacía años no se alojaba una sonrisa. De la mía no salieron más preguntas. Pero de la suya, salió el terror. La señora Gloria había nacido en el campo. Allá donde no había luz, ni agua de llave, ni autos ni televisor. Allá creció cultivando la tierra, corriendo a pata pelada, sosteniendo a una madre que de vez en cuando se enfermaba y caía en cama. Por eso, cuando cumplió 13 años, decidió venir a Santiago a trabajar, a buscar futuro, a soñar en grande. Llegó a la casa de sus abuelos en Conchalí la noche del 10 de septiembre de 1973. El otro día lo pasó embobada mirando los autos que pasaban por su calle, desde la reja de la suya. Pero en la noche, no pudo resistir la curiosidad y salió a la calle a observar los postes de la luz, esos que jamás había visto en su campo natal. Así estaba, prendada de la luz fulminante del foco, cuando una patrulla militar la detuvo por huasa, sospechosa, tontona. Cuando intentó explicarles por qué estaba ahí, mirando la luz, le cerraron la boca de una sola patada. A la pequeña Gloria la llevaron al Estadio Nacional, aunque no sabía de UP, golpes, militares ni política. Le volaron cada uno de sus dientes con golpes de metralletas, patadas y combos. No recordaba cuántos días estuvo ahí, sólo que en su cabeza intentaba cantar lo que su madre le entonaba cuando aún era más niña mientras un ratón se colaba en su entrepierna. La señora Gloria no recordaba cuándo ni cómo la soltaron. Así, sin sonrisas, con la infancia hecha añicos, condenada a la desolación de sus recuerdos. Cuando le dije que yo también tenía 13 años, me dio un abrazo en el que recuerdo que lloré impotente por no poder devolverle un pedacito de su niñez, la misma que yo tenía a esas alturas. Cuando regresé a mi casa con uno de sus arreglos entre las manos y los párpados hinchados, mamá me preguntó por qué había llorado. Ella se acuerda que le contesté: "Porque hasta hoy día no sabía que había tanta maldad".
EL CORAZON DEL SOLDADO
Papá era un hombre sordo. No escuchaba al resto, no compartía ninguna idea que no fuera alguna que ya hubiera pasado por su cabeza, no oía mis historias imaginarias, simplemente no estaba ahí. Papá entró a los 15 años a la Escuela Militar para salvarse de un futuro en el que sus padres ya no podrían costearle la universidad. Aprendió a callar, obedecer, a cuadrarse como una estatua, a soportar las humillaciones de los castigos que lo sacaban a trotar a las 5 de la mañana en medio de la garúa, a tragarse sus pensamientos y a eliminar todos los rastros de sus emociones. Cuando pudo, se retiró del ejército para cumplir sus sueños profesionales. Pero en cierta medida, ya era tarde. Los militares le habían anulado la capacidad de oír y también, de amar sin cordones anudados a la razón. Lo habían dejado de por vida estirando las sábanas de su cama de manera enfermiza, ordenando los calcetines por colores, estirándose como un palitroque cuando no sabía enfrentar sus fugas sentimentales. Papá nunca hablaba de su época de militar, pero yo tenía mis dudas. Unas que se me hizo una necesidad aclarar cuando Pinochet quedó detenido en Londres y volvían a la palestra los degollados, los desaparecidos, los fusilados, los torturados, los fantasmas de un dolor que no sé por qué, quizás porque yo sí sentía, me ardía silenciosamente. Por eso partí a su departamento y encontré a papá como siempre. Meciéndose en su sillón de mimbre con la radio encendida. Sin rodeos le pedí que me contara de su era de soldado. Y luego, le pregunté qué habría hecho si el golpe lo hubiera pillado de uniforme. Por primera vez, papá no esquivó su respuesta. Y me dijo fuerte y claro que él era un militar constitucionalista que tenía corazón suficiente como para no pararse frente a otro ser humano y atravesarlo a balazos. Que ser soldado nunca había sido seguir las instrucciones sin pensar de un asesino en serie. Que las ideas se defendían con palabras, no con el bototo aplastante de la muerte. Ese día me levanté de mi asiento, le di un beso en la pelada y le conté que me sentía muy orgullosa de él. Creo que fue la única vez que se lo dije.
HIJO DE LA FURIA
La mamá de mi amiga era pediatra de hospital público, de ese donde mi nana había ido a parir como una vaca, según sus palabras, a su segundo hijo. De esa maternidad de berridos histéricos y enfermeras indiferentes, la mamá de mi amiga un día volvió más cabizbaja que nunca. Herida, silenciosa, con una mueca de asco en la boca. Así la vimos con mi amiga, mientras jugábamos a las barbies en el pasillo de su departamento. La tapamos a preguntas, pero la mamá de mi amiga sólo nos dio una leche con chocolate y dijo que después, cuando fuéramos grandes, nos contaría esas historias tristes. Y yo decidí esperar todos esos años. Hasta que hace poco fui a ver a mi amiga y a su mamá. Y le recordé esa tarde en que se sacó el delantal blanco con premura, como si nunca más quisiera volver a tenerlo puesto. Lo que dijo la mamá de mi amiga era el mismo terror que escuché a los 13 en la Pérgola. Siempre intuí que su derrota, tenía que ver con ese dolor subterráneo que yo sentía arrasar la ciudad por las alcantarillas. Y no estaba equivocada. La mamá de mi amiga dijo que ese día una mujer con la panza a punto de reventar llegó a la maternidad gritando de dolor y rabia. Bramaba que no quería a ese niño, que no se lo mostraran cuando saliera de su vientre, que lo escondieran, que lo mantuvieran lejos de ella. La mamá de mi amiga jamás había escuchado algo así. No entendía por qué esa mujer odiaba a su crío de esa manera. Pero durante el parto lo entendió claro. En medio de los gritos y los pujes, esa madre lanzó el puñalazo de la verdad. Ese hijo era de un militar. De alguno de los que la violaron mientras estuvo detenida con los ojos vendados, con el pánico susurrante, con los animales que le devastaron el cuerpo y la dignidad. La mamá de mi amiga tomó a ese niño después del parto y contra las peticiones de la madre, se lo mostró. Y dijo que lo que pasó después fue carne y corazón crudos. La madre vio a su bebé y vomitó hacia un lado de la cama. Vomitó dolor, ira, despecho, quizás toda la porquería que le habían incubado sin razones. Y cuando terminó y pudo ver el rostro dormido de su hijo, estiró los brazos para recibirlo y le dijo: "perdóname, perdónalo".

11 diciembre 2006



MI LIBRO
Armo mi libro con fotos, recortes brillantes y recuerdos. Armo mi libro porque entiendo que sin memoria una se pierde para siempre. Armo mi libro con colores que a veces pintan mi vida. Armo mi libro con paciencia y con la fe de que mis hijos puedan verme. Armo mi libro para que alguna vez alguien pueda leerme por completo.
























10 diciembre 2006

YEGUAS Y LEONAS
Ahora que volvieron las porristas pinochetistas, ahora que estamos viendo garras bien pintadas, ahora que una puede distinguir entre especies, lea hoy en Reportajes de www.lun.com, Adiós, mujer Yegua. Recuerde, su click es mi ascenso.

01 diciembre 2006

LA ERA DEL HIELO
Por Pepa Valenzuela
La vida dentro del iceberg a veces resulta cómoda. Una protegida y en pausa, mira como todos avanzan en sus vidas, cómo se aman, se pelean, se rasguñan y cicatrizan y agradece haberse metido a ese cubo donde nada pasa, donde nada te llega. Por eso estuve metida ahí un buen rato, como una cabra mañosa que se esconde debajo de las sábanas para no ir al colegio. Mirando de vez en cuando cómo todo había cambiado allá afuera, mientras yo, obstinada, quería quedarme en las mismas. Hasta que el frío del iceberg comenzó a paralizarme los huesos y sobre todo el corazón. Entonces con el alma en escarcha, decidí que ya era hora de romper la pared de hielo. Y volver a la intemperie de mi propia vida.
Es que la revuelta del regreso a Chile, la despedida súbita de papá y el encaje a lo que había quedado después de la explosión, fue un caos. Pasaron meses en que no entendía muy bien qué hábía pasado y dónde estaba mi posición en la tabla de ajedrez. Meses en los que deambulé escribiendo por inercia, sonriendo a pedido, sintiéndome un fantasma al que realmente nadie podía ver. Entonces cuando pensaba que nada podía ser peor, vino el temblor que me llevó a la cápsula de hielo: el fin del baile de máscaras con Camboya.
Después de todos los tira y afloja, Camboya me había jurado que era un converso. Que en las etapas oscuras, por fin había podido entender mi pega, mis palabras, la hecatombe que había provocado su misil de infidelidad, el tesoro que habíamos tirado a la chuña. Que era un hombre nuevo. Uno más abierto de mente, más generoso, que después de cinco años por fin me había visto de cuerpo entero. Entonces habíamos vuelto a bailar en la pista con mejores pasos, pero extrañamente menos felices. Yo no entendía muy bien por qué si su cambio era lo único que yo había deseado durante mucho tiempo. Hasta que en uno de los giros, su máscara se cayó al piso y se apagaron las luces. Y boquiabierta descubrí que el paisaje de postal no era más que una fachada de cartón. Camboya volvió a coger el teléfono para increparme. Para retarme por las palabras que salían de mis dedos, porque mi supuesta honestidad no era más que un arma para hacerle daño, decía. Entonces mientras yo escuchaba al antiguo, al de antes, entendí que ese simplemente era el de siempre. Que todo el resto había sido un simulacro. Un baile de máscaras al que la única que no había llevado disfraz era yo. Entonces miré al hombre que tenía al frente y entendí que él jamás me había visto. Que no tenía idea con quién había pasado los últimos cinco años de su vida. Pero aunque tenía la vida hecha un nudo y ese nuevo descubrimiento habría sido capaz de botarme al piso, sólo atiné a dar media vuelta y salir para siempre de ahí. No sin antes advertirle que no se le ocurriera volver a sacarme a bailar. Nadie puede hacerlo con una desconocida.
Entonces volví a casa, con los zapatos en la mano y me di cuenta de que no tenía nada. Que había hipotecado todo en alguien que no me había dado ni las gracias. Que el daño era irrecuperable. Y que no pretendía volver a exponerme de ese modo para que me aplastaran las ganas y los pocos sueños que me quedaban. Por eso, me encerré feliz en mi iceberg. Ahí donde nada pasa y donde nada te llega. Pero la escarcha en el alma ardía tanto, que me vi obligada a salir. Aquí, donde de a poco se derriten mis trozos de hielo.
pd: no lo olvide, si usted también detesta a Quenita y a las mujeres de porcelana, este domingo www.lun.com, Arriba Las Faldas


09 noviembre 2006


ARRIBA LAS FALDAS
Amiguitos, amiguitas, personas felices todas: qué plancha y qué poco modesto difundirlo, pero tengo una noticia que me tiene el ego inflado y con cosquillas en la guata. No, no estoy esperando una Pepita (toque madera tres veces, por favor) ni tampoco me caso (aunque hace algunos meses agarré un ramo de novia saltando como ninja por los aires, y aún no pasa nada), sino que debuto como columnista en Reportajes de Las Últimas Noticias (www.lun.com) este domingo y seguiré escribiendo por - espero - varios domingos más, una columna llamada Arriba Las Faldas. ¿Busca actualidad, humor, ironía en una personaje femenino puntudo y simpaticón? Bueno, clikee este domingo www.lun.com Reportajes. Con todo el corazón, Pepatón el domingo. No lo olvide: su click es mi sueldo.

06 noviembre 2006

PEGA, MONO, PEGA
Por Pepa Valenzuela

De la pobla, el Mono era el menos camorrero. El que paraba las peleas en los carretes de sus amigos de pantalones anchos y pañuelos en la cabeza, con sólo ponerse de pie. El que guapeaba con una sola mirada a los lanzas que vivían en la casa del frente y a los garreros vecinos que de vez en cuando se agarraban a peñascazo limpio en avenida Grecia. En su barrio, todos sabían que el Mono era un profesional del combo. Que un solo puñete suyo, era capaz de mandar a cualquier cristiano para el otro mundo, y por eso le tenían respeto. El Mono era un boxeador profesional y hasta el más choro de la población lo tenía claro.
Eso decía mi nana, la flamante madre del cabro que a los cinco años, cuando un par de lumpen le robó su bicicleta, juró transformar su rabia en algo útil y se dedicó a boxear. El Mono entrenó durante toda su infancia a duras penas. Partía todos los días con sus marraquetas para el almuerzo a estadios municipales y al Centro de Alto Rendimiento a pelear contra un destino que de a poco aplastaba a sus vecinos, amigos y primos a punta de sueldos indignos y guaguas no deseadas. Pero en el ring de su esfuerzo constante, el Mono veía cómo su contrincante se iba haciendo cada día más pequeño. Comenzó a ganar medallas, campeonatos sudamericanos, galvanos y cientos de diplomas. Mientras cocinaba un charquicán en la cocina de mi casa, mi nana contaba con orgullo que jamás le habían volado un diente y que algún día su chiquillo iba a ser un campeón nacional, de esos que salen en la tele y saludan desde un balcón de la Moneda al lado del Presidente de turno. Pero pronto el enemigo fue creciendo y se transformó en un monstruo con guantes de plomo. Los buzos, el equipo y las giras eran mucho más caras de lo que al Mono le pagaban por carpintear y de lo que a mi nana le pagábamos por mantener nuestra casa en orden. Los entrenadores, cansados de hacer malabarismos por conseguir recursos del Estado, empezaron a tirar la esponja. Y el Mono, convertido en un chico recién salido del liceo, se dio cuenta de que las horas de entrenamiento no llevaban tallarines ni la fruta fresca que vendían en la feria a su mesa. Aunque era una promesa del boxeo nacional, nunca había billete para llevarlo al estrellato deportivo. Ni siquiera, para que pudiera prepararse sin tener que trabajar construyendo edificios en barrios pirulos de lunes a sábado.
Hace un par de años que no veo al Mono ni a mi nana. Una de las últimas veces que hablé con ella, me confesó que a veces le daban ganas de ser dealer. Que había muchas viejas en su barrio que vendían cosas para la mente, como decía ella, y se hacían la América. Y que así su chiquillo seguiría boxeando en vez de estar marcando el paso. Ahora sé que el Mono trabaja cuando se le da la gana, que ocasionalmente se cae al frasco y que cuando está así, arriba de la pelota, tira combos al aire y tensa los músculos del cuello, como si aún estuviera en un ring. Mientras en la pantalla de mi televisor, una rubia de chaqueta de cuero muestra unos papeles tratando de mostrar su probidad y luego, desfilan diputados y señores bien terneados que juran de guata no tener un peso destinado a los deportistas nacionales. Hablan de contratos raros, de cifras con las que yo podría vivir la mitad de mi vida echada para atrás y de un lío que al final nadie entiende. Con aspecto circunspecto y cara de compungidos intentan salvar sus trabajos y reputaciones del barro que les cayó encima dando explicaciones que en realidad, me importan un pepino. Porque mientras los veo aletear y hacerse los ofendidos por las preguntas de los periodistas agujas, pienso en el Mono. En que quizás el 1% de la plata que se pelaron los honorables, lo hubieran ayudado a esquivar el golpe que lo mandó de un paraguazo, de regreso a patear piedras en las calles de su población. Pero esa plata ya está gastada. Alguna empresa ya creció, alguien ya cambió el auto o enchuló su casa con futuros ajenos. Y al Mono nadie va a ir a darle explicaciones del porqué le arrebataron su posibilidad de triunfo con la mentira del bajo presupuesto. Bien lo sabía él: cuando el puñetazo logra noquearte, es imposible levantarse para volver a dar la pelea.



03 noviembre 2006

MARTÍN
Aunque seas un oso verde y muy sucio, te adoro Martín.

26 octubre 2006










ANIMAL PLANET
Nota: Este es un reportaje regalón que escribí para Paula sobre historias de los animales del zoológico. Acá dos: la del chimpancé Toto y la jirafa Almendra. Pronto, las demás.

Por PepaValenzuela

Toto tres
Los chimpancés Yuri y Toto viven juntos, pero no revueltos. Son pareja, pero netamente espiritual. Llegaron en 1982 desde un zoológico de Holanda: Yuri con tres años y medio y Toto de tres. Desde entonces conviven en la misma jaula, pero son un amor que se mantiene unido por compañía, pero no por instinto. Porque Toto jamás le ha puesto una garra encima a Yuri. Nunca en estos 24 años, a pesar de que se ha hecho de todo para que Toto se ponga las pilas. En 1990 Víctor Riveros, uno de los veterinarios del zoológico, le dio un tratamiento al mono para incentivar el cruce con la hembra. Eran unas pastillas con testosterona y vitamina A que convertirían a Toto en un chimpancé muy libidinoso y potente. Pero Toto permaneció inmutable. Las pastillas no le hicieron ni cosquillas. No así la pelota de fútbol que le regalaron en 1992. Por esa época, un sacerdote amante de los animales visitaba frecuentemente el zoológico y les llevaba algún engañito de maní y frutas a sus habitantes. Fue ese curita, cuyo nombre nadie recuerda, quien un día le regaló a Toto una pelota de fútbol de cuero. Fue amor a primera vista. Toto reventó jugando a su nueva amiga y le hizo un hoyo. A los diez años y con un balón, Toto tuvo su primera vez. Varios meses vivió y durmió abrazado a su redonda amante. Hasta que en un descuido, Raúl Galindo, quien cuida a los chimpancés desde que llegaron, se la sacó de la jaula. Demasiada gente se había quejado en la administración del zoológico por las obscenidades que el mono hacía con el balón.
Como no había caso con Toto, ese mismo año los directores del zoológico trajeron un chimpancé desde Portugal, para que Yuri se hiciera hembra de una vez por todas. Pero Eusebio era un espécimen malas pulgas que, cuando entró a la jaula de la pareja, dejó la grande: mordió en los brazos a Toto y luego, quiso ir directo al grano con Yuri, pero a la fuerza. Fiel a su compañero, Yuri gritó y pegó aletazos. Raúl Galindo los separó, pero después de ese episodio de violencia primate, Eusebio quedó separado de la pareja hasta que en 1997 se fue a un zoológico de Zambia. Por supuesto, Toto siguió tan indiferente a Yuri como siempre. Teorías hay varias. “Es medio raro”, dice Galindo. “No le gusta la mona nomás”, explica Jaime Gracia, otro cuidador que lleva más de cuarenta años en el zoológico. “Quizás son hermanos sanguíneos”, especula el veterinario Mauricio Fabry. Alto. ¿Hermanos? “Como llegaron juntos, puede ser. Podríamos hacerles un ADN, pero ahora no estamos interesados en tener crías”, explica. El doctor Riveros tampoco descarta esa opción, pero su principal explicación es otra: “Los dos chimpancés se criaron en cautiverio. Cuando no crecen con la manada, pierden hábitos de reproducción porque los adquieren por imitación al resto”, dice. ¿Y la pelota? “Es que la pelota tenía movimientos copulatorios, como si estuviera con la hembra”, afirma el doctor Riveros. Lo cierto es que en la jaula de los chimpancés no hay mucha acción que digamos. Y aunque Yuri aún es una chimpancé virgen que ya no está en edad de merecer, es obstinada. Y acaricia a Toto, lo desparasita y le da besos. Cuando entra en celo, se pone en posiciones eróticas delante de su chimpancé indiferente. Pero él sigue sin pescarla. A estas alturas, bien difícil que lo haga.

Una jirafa deprimida
Hasta hace un par de meses, la jirafa Almendra seguía triste. Casi no dormía de tanto pasearse de un lado a otro en su casa de madera extrañando a Estrellita, la hija que en agosto del 2005 se fue un zoológico peruano. Almendra no se dio cuenta cuando sacaron a su cría de un año y dos meses para llevársela para siempre. Y estuvo tres meses desesperada. Siguiendo al cuidador Raúl Galindo cada vez que pasaba por el otro lado de la reja, como pidiéndole explicaciones. Apilando la paja por los rincones de su pesebrera con sus ansiosas caminatas nocturnas, mientras la jirafa Josefina y su hija Janita dormían plácidamente recostadas en la habitación contigua. Como si estuviera en su hábitat natural, atenta a los depredadores, Almendra pasaba la noche de pie. Angustiada, nostálgica y sin anestesia. El doctor Víctor Riveros explica que no se pudo paliar su dolor con medicamentos. A pesar de las evidencias de la preocupación de Almendra, no existen estudios que demuestren que los animales salvajes pueden sufrir de estrés. “No hay estudios psicológicos al respecto, pero sí nos hemos fijado que en animales sometidos a tensión, cuando son sacados de su ambiente, por ejemplo, dejan de comer, se aislan o se ponen más agresivos. En algunas especies domésticas hay depresión: por ejemplo, los loros, como son monógamos, cuando se les muere la hembra, se sacan las plumas y se automutilan. En esos casos usamos prozac”, explica el doctor.
La pena de Almendra sólo fue una marca más en la historia trágica de las jirafas del zoológico. Almendra, Josefina y Nachito, el padre de Estrellita, llegaron el 96´ precisamente a llenar el vacío que dejaron las cuatro jirafas anteriores que murieron en un incendio el 24 de junio de 1995. Esa noche de sábado, se cortó la luz en el cerro San Cristóbal. El personal puso transformadores externos para obtener energía. Pero la solución parche provocó un recalentamiento de cables que a las 22: 50 hizo cortocircuito en las casas de las jirafas, que duermen bajo techo. Los cuatro cuerpos chamuscados demostraron que una de las hembras había muerto protegiendo a su cría. El luto duró un año en el zoo. Hasta que llegaron las tres jirafas nuevas que viajaron 23 días en barco desde Sudáfrica y luego en un avión Hércules de la Fach desde Uruguay. Nachito cruzó a las dos hembras y fue padre de varias crías, entre ellas Janita y Estrellita. Pero el 25 de junio de 2004, por culpa de una infección gastrointestinal, Nachito falleció dejando dos viudas. Otra marca en el registro negro de estos mamíferos de cuello largo.
Por lo menos ahora Almendra está más tranquila. Desde noviembre del año pasado empezó a hacer buenas migas con Josefina y Janita, y recuperó el sueño. Al parecer, su depre está superada. Sólo falta que llegue el macho estadounidense que vendrá intentar dejar las penas de las jirafas solas en el olvido.




13 octubre 2006

FOTOS REVELADAS
Ellos y yo a solas, durante más de una hora, conversando. Finalmente les he robado un pedacito del alma a: Valentín Trujillo, Tomás Cox, Eva Gómez, Karen Paola, Fernando Goitía, Fernando Peña, Nicolás Copano, Fabrizio Copano, Jorge Castro de la Barra, Rocío Marengo, Guillermo Machuca, Marcelo Mellado, Virginia Reginato, Noelia Arias (dígale Licenciada), Fernando Lasalvia, Andrés Rillón, Paulina Nin, Vivi Kreuztberger, Nicole, Antonio Vodanovic, Cristián de la Fuente, Francisco Vidal, Pablo Zamora, Kurt Carrera, Pamela Díaz, Pamela Jiles, Patricia Maldonado, Raquel Argandoña, Roberto Dueñas, Francisco Melo, Francisca Imboden, Ana María Gazmuri, Nelly Meruane, Coco Legrand, Gracia Barros, Liliana Ross, Clara Budnik, Delfina Guzmán, Jaime Celedón, Rafael Gumucio, Antonella Ríos, Carola Varleta, Felipe Bianchi, Claudia Aldana, Carola Sotomayor, Eduardo Cruz Johnson, Leo Caprile, Javiera Contador, Rafael Araneda, María José Prieto, Pablo Simonetti, Sergio Bitar, Rony Dance, Felipe Avello.
Para tener 25, no está nada mal.

29 septiembre 2006

ESTATUA DE SAL
Por Pepa Valenzuela
Comenzó hace un par de años. Los dedos tullidos, la cadera que guateaba y la pierna que dolía con tanto jaleo empezaron a colarse en casa. Era como una cuenta de vulnerabilidad que arrojaban cada vez más seguido por debajo de la puerta del departamento. Yo me hacía la lesa, para poder conciliar el sueño los domingos. Pero mamá no. Estoica, recogía el saldo de su eternidad tipiándole a viejos tiranos, ignorantes y califas, de siglos acarreando mercadería a casa y de una infancia de cabra mañosa que no tomaba leche, y compraba. Cremas para sus desgarros, menjunjes para la cadera, guateros eléctricos para la pata de palo. Mamá se estaba convirtiendo en una estatua. Sus huesos se endurecían, se tullían sin su permiso y ella, sólo soltaba de repente un mierda bien fuerte cuando quedaba a medio camino para recoger un tenedor que se le había caído. No era nada tan grave, pero había días de inmovilidad. Otros de cojeo. Algunos de dolor muscular. Y algunos de total desesperación mía. Pero aterrizamos en Buenos Aires y mamá se convirtió en una acróbata. Caminaba por las calles de Palermo, corría detrás de un mono de esponja llamado Camilo en San Telmo y daba pequeños saltos cuando él la miraba fijo y le abría la boca, sorprendido. Mamá era una saltibamqui por Santa Fé, una mujer araña de las vitrinas de Florida, una atleta recorriendo la 9 de Julio. No había que parar. No podíamos parar. Un semáforo y nos aplastaban las pesadillas. Pero además mamá era ágil : flotaba por la ciudad más amable del mundo como si nunca hubiera sufrido un sólo desgarro Entonces, mientras la miraba dar vueltas una y otra vez por la feria de Recoleta, probándose aros, pulseritas y sombreros, supe que su inmovilidad era sólo una bandera blanca. Una rendición a la vida plana, al departamento céntrico, a la soltería eterna, a su soledad. Mamá se estaba entregando de a poco a sus tristezas. Esas que un día llegaron y se fueron quedando pegadas en el mismo lugar donde cayeron por primera vez.
Pero ahora era otra persona. Un conejo Duracell, saltando por Buenos Aires, suspirando porque alguien le había cambiado el guión de su vida. Porque las circunstancias la habían traído a un viaje que jamás pensó tener. Una noche, acostadas en el hotel, mirando Matrimonio con Hijos versión argentina (puro terrorismo televisivo) me lo dijo: "Pensaba que nunca más volvería a volar en avión, mijita. Pensé que me moría sin volver a esta ciudad". Después se eso se quedó dormida con las manos sobre su pancita redonda y empezó a roncar. Yo le saqué los lentes de la punta de la nariz y apagué la luz. Esa noche soñé que mamá flotaba en el aire. Y tiraba hacia la tierra muchas medialunas, como una cabra chica que hace una maldad.

11 septiembre 2006

Nos vamos porque nos gusta estar juntas. Nos vamos porque ninguna sabe qué siente la otra, pero al menos intentamos adivinarlo. Nos vamos porque no queremos ver cómo se pasean nuestros recuerdos por la ventana sin hacernos chao sin tener un futuro encachado que nos defienda de ellos. Nos vamos porque hemos estado aquí demasiado tiempo y ya es hora de resucitarnos. Mamá, nos vamos al otro lado de la cordillera a remojarnos el corazón.




Pd: Vuelvo pronto. Les contaré de éste, nuestro primer viaje de amigas, con mamá.

04 septiembre 2006

ENSALADA A LA CHILENA
Track 107: El juego verdadero, Tiro de Gracia
Por Pepa Valenzuela
Hace una semana crucé el infierno. Lo atravesé con los ojos bien abiertos, sin lágrimas ni miedos. Iba invisible y transparente observando cómo era ese lugar con el que la Miss Silvia, en cuarto básico, nos metía miedo en sus clases de religión y dibujaba sus Jesucristos de brazos abiertos y mechas largas en la pizarra de tiza. Abrí bien los ojos para ver los fuegos, las lenguas rojizas y escupirle al terror en la cara. Pero ahí, a miles de pies de altura, no había nada de lo que la Miss Silvia nos había contado. En el infierno sólo había nubes blancas, un cielo celeste, un avión gigantesco donde todos hablaban en voz alta y una colorina lanzándole besos al aire. El infierno era eso y una llamada inesperada de larga distancia.
Fue mamá la que avisó. Con Begoña nos habíamos ido de tapas y recién habíamos llegado al departamento. Mi colorina amiga figuraba a pata pelada tomándose un vaso de agua al seco. Yo, desenredando los cordones de las chalas verdes de mis tobillos. Pero el teléfono sonó fuerte, seco, demoledor. Y cuando lo levanté, la puntada en el pecho, me avisó que un pedacito de mí se iría en esas palabras. Mamá habló bajo. Dijo que me amaba y que me sentara, por favor. Le hice caso sin más preguntas y escuché el disparo que venía desde Chile: papá se había ido. Cerré los ojos y no vi nada. Cuando los abrí tampoco pude verme. Sólo escupí que partía a Chile altiro, que estuvieran tranquilos, que me esperaran por el amor de Dios. Sin saber la noticia, Begoña ya me estaba abrazando, dándome agua, regalándome lo que más le costaba: su silencio. Horas después, nos bajábamos del mismo escarabajo que me había metido en esta ciudad en el aeropuerto de Madrid. El resto fue el infierno alternativo al de la Miss Silvia. El shock y el viaje eterno. La ensalada a la chilena que tenía en la cabeza y la horca en el corazón. La verdad colándose en mis orejas: Cuando el juego se hace verdadero, bienvenido al laberinto eterno de fuego. El abrazo de mamá colada en policía internacional y el largo camino de regreso a casa.
Sé que papá se fue con el terno mexicano del 72 que le gustaba tanto. Sé que alguien le puso mis palabras en letra 16 para que pudiera revisarlas sin sus lentes de lectura. Sé que estuve muy compuesta y que dije algunas cosas que no puedo recordar en medio del gentío. También que mamá me preparó mi antigua cama en su departamento y que mandó a ponerla al lado de la suya para que pudiéramos conversar cuando el sueño no llegara nunca. Quizás para contarme la historia de los conejos ladrones de zanahorias, el único remedio a mi insomnio infantil. Pero eso es todo. No sé mucho más. Sólo que figuro acostada al lado de mamá en su depto setentero del centro de Santiago. Que estoy de regreso hace varios días en mi país. Y que nunca nunca volveré a Madrid.

16 agosto 2006


La guitarra del joven Camboya
Le gustan los colores de hombre y casi nunca sale de ellos. Es un hombre azul, café, negro, gris y blanco. Tiene tanto pelo que sabe que jamás se quedará pelado, aunque hace un par de años le aparecieron unas canas que él mira con cierto orgullo. Le tiene miedo al ridículo, prefiere la privacidad de sus conversaciones nocturnas y quedarse a solas en el departamento de Santiago para componer melodías a las que no logra ponerles palabras. Es despilfarrador: la plata se le va entre los dedos cuando lo está pasando bien, o sea, cuando está sentado en algún bar rodeado de pocos, pero buenos amigos. Le gusta la cerveza y el ron con blanca, ojalá Ginger Ale. También, jugar videos y pool, pasar los domingos enteros en pijama y preguntarles a sus enfermos si son o no son felices. Cocina con mucho aceite y se trastorna con el puré cremoso. A veces pasa 48 horas despierto, por culpa de turnos, trabajos, pacientes hechos bolsa y doctores jodidos que le hacen la vida a cuadritos. Él resiste el sueño, pero una vez en él, no logra ni quiere salir de él. Ahí se ve en familia, apatotado, quizás en Los Chinos, conversando un bajativo hasta las cinco de la tarde. Pero sobre todo, se ve con ella: su guitarra. Camboya se imagina cantando con ella en brazos, los ojos cerrados y su voz ronca en el aire. Interpretando melodías con sabor a tierra, Víctor Jara, Inti, Latinoamérica y amores a pata pelada. Se ve sin el delantal blanco ni la caminada Aquí te las traigo Peter, sino chascón, con un buzo patitieso, pero tocando - en cualquier escenario donde le presten atención - su guitarra. O su tiple. O sus congas. Escuchando a ciegas y para siempre el sonido de las cuerdas que hace poco descubrió que amaba más de lo que él mismo había presupuestado.

08 agosto 2006

DESENCHUFADA
Track 106: Te dejo Madrid, Shakira
Por Pepa Valenzuela

Ostias. Acá estoy sentada en un sofá rojo rodeada de zumbidos de zetas y eses traposas en un departamento en pleno corazón de Madrid. Una colorina con la cara llena de pecas y sandalias verdes, está sentada a mi lado con una cerveza en la mano y cada vez que me mira la cara de pollo asustado, me levanta su vaso en señal de brindis. Begoña es española, tiene la voz ronca y la cara llena de risa. Hace tres horas me esperaba en el aeropuerto con un cartel donde decía mi nombre y aparecía una bandera chilena con la estrella en el lado equivocado. Algo que ella misma había hecho, según me contó después. Porque Begoña será durante todo este año mi compañera de trabajo y de departamento. El diario nos juntó y ahora parece que nada podrá separarnos: Begoña habla a mil por hora, es hiperactiva y ya se jura mi mejor amiga. No sabe nada que la verdadera, Doña Cata, está en cayéndose del mapa, pero todavía está. Por lo menos para mí. "Tía, traes una cara de terror. Soy Begoña, periodista, vegetariana y me gusta la cerveza. Vamos a vivir juntas", me soltó mi nueva compañera, apenas salí arrastrando mis maletas en el aeropuerto.
Le sonreí medio tímida, me presenté y le dije que efectivamente estaba muerta de miedo. Que en mi país con suerte llegaba a los peajes y que esta cruzada de continente todavía me tenía los cables pelados. Que ahora me daba cuenta de que soy era una huasa perdida en el Viejo Continente y que no sabía qué bicho me había picado para virarme tan lejos. Pero Begoña entendió la mitad de lo que le dije. "Tía, pero qué divertido hablas tú", me dijo e inmediatamente me agarró del brazo y me llevó hacia su auto, un escarabajo rojo y destartalado.
Diablos. Para Begoña, y probablemente para todos los habitantes de este país, hablo mapudungún. No entienden mis cachai, ni mis huevones, ni ninguno de mis chilenismos. Soy una extraterrestre que cayó directamente desde el Tercer Mundo.
Begoña no paró de hablar en el auto mientras manejaba como una maníaca. Temí por mi vida. Pero ella parece no temerle a la muerte. Begoña es una chica muy valiente que mientras conducía estilo rally, me habló de las mil maravillas que esta ciudad me tiene deparadas, de lo mentirosos que son los hombres españoles y de las delicias que sólo tendré el privilegio de probar aquí. También me contó de su vida: Que tenía una tropa de diez hermanos que vivían en Barcelona y que ella se había venido a probar suerte en el diario después de haber dado tumbos por varias vocaciones frustradas. Begoña fue diseñadora de vestuario, cantante de medio pelo, traductora y luego, derivó al periodismo. Nada raro. La mayoría en el gremio rebota en esta cancha sin tener idea qué quieren de sus vidas, con la sospecha de que en esto harán de todo un poco. Y eso es verdad. Después se vive, literalmente, haciendo de todo un poco.
El asunto es que llegamos al centro de Madrid y me bajé como un pollo mareado del escarabajo. Increíblemente Begoña seguía dele que suene con su bla bla. Y yo, de despistada, mareada y agradecida de estar viva, sólo pude pedirle que subiéramos luego a ese edificio antiguo porque quería acostarme un rato. "¿Estás loca? En un momento vienen más amigos del diario para darte la bienvenida", me lanzó Begoña y me dio un empujoncito en la espalda que casi me tiró de narices al suelo. Por eso, ahora figuro con la cara adolorida de tanto sonreír sin saber qué diablos decir. Coño, tíos. Acá estoy, muerta de susto, rodeada de españoles interactivos y conviviendo con una colorina que necesita ritalín a la vena. O sea, completamente desenchufada.

23 julio 2006



EXPO NOVIOS
Comenzó la cuenta regresiva.
Anoche Ritiqui se ha casado con la linda Naty.
Yo tengo un ramo de flores plásticas y blancas que la novia lanzó a través del mapa.
Un remolino en la garganta.
Un novio imaginario que se me cuela en sueños.
Una marcha nupcial en los oídos.
Y un abrazo atrapado dentro del cuerpo
para mi primer amigo que nos hace esta gracia.

17 julio 2006

SERVICIO DE INUTILIDAD PÚBLICA
Se buscan con urgencia adolescentes entre 14 y 18 años (que aun estén en el colegio) pro activos, que hagan cosas, que bailen, canten, tengan una historia que contar, que tengan una familia extraña, que hayan enfrentado un momento heavy en sus vidas, que no estén de acuerdo con el sistema, que piensen algo especial sobre su futuro, el país, que opinen, escriban, tomen fotos, pinten el mono o rayen las paredes. Si usted es un adolescente y alguno de estos datos le calzan, sea buenito y escriba a pepitavalenzuela@gmail.com contándome en tres líneas que es lo especial que tiene que contar y con algun telefono donde pueda ubicarlo. Gran oportunidad gran para hacer cosas por la patria.
pd: disculpen la escasez de Grandes Exitos, pero estoy abducida por todo julio. Después les cuento sobre estos extraterrestres y esta nave espacial. Si alguien conoce a alguien de la Nasa, pídale ayuda por mí.

10 julio 2006

ABEJAS SIN POLEN
Los ojos de papá siempre miraron hacia adentro. Eran como dos pelotitas oscuras escondidas detrás de unas inmensas ojeras. Eran ojos perdidos, ojos bajo las llaves de unas pestañas tupidas y negras, ojos muertos. Pocas veces logré verlos. Papá era un hombre silencioso y tan avergonzado de sus ausencias que esquivaba la mirada. Nunca supe de qué color los tenía. Las contadas ocasiones en las que pude observarlos, se veían distintos. Algunas veces café, otras amarillos o tan negros como dos abismos sin fondo.
Hace poco y después de muchos años, cambiando la radio de mi auto me encontré con una canción que me removió la memoria. Aquellos ojos verdes, de mirada serena, dejaron en mi alma, intensa sed de amar. Me estacioné en la calle, subí el volumen y esa melodía me llevó hacia un tiempo que tenía olvidado. Era la misma sensación que tuve cuando le compré a mamá un perfume que me había encargado y la vendedora me roció un poco en la muñeca. Cuando llegué a casa con el regalo, le pregunté a mamá por qué ese olor me era familiar. “Porque lo usé mientras te daba pecho”, me contestó ella sin inmutarse.
Ahora sé que mamá tampoco tuvo suerte enfrentando esos ojos. Siempre me dijo que los míos verde musgo los había sacado de su madre, mi abuela, la orgullosa dueña de un par de esmeraldas brillantes que siempre opacaron a su única hija. Cuando era niña, mamá no podía entender la mala suerte de haber salido tan morena como el abuelo teniendo una madre que causaba estragos en el pueblo con esos ojos gélidos. “¿Esta es tu hija?, le preguntaban incrédulas sus amigas del Club. Mamá, asomaba detrás de sus faldas con el terror de la frase que seguía. “Ah, se nota que se parece el papá”. De poco le servía el consuelo de su padre cuando se acordaba de esos episodios: “Nosotros somos feos, pero gustadorcitos”. Por más que mi mamá se miraba al espejo, no se encontraba el gusto del que le hablaban.
Mi vieja estuvo varios años de su infancia convencida de que su madre veía todo azul. Por eso la perseguía por la casa de Tomé mostrándole manzanas, juguetes y vestidos para que ella le contestara de qué color los veía. Pero por más que la abuela le demostraba que distinguía perfectamente el rojo del verde, del morado y del amarillo, mamá pensaba que se trataba de una trampa. Y lo era. Por lo menos eso de que los azules de la abuela eran tan poderosos que traspasaron a través de dos generaciones hasta llegar a mí. Sólo que mamá no lo supo hasta dos años antes de que la abuela muriera.
Mi nana fue quien le dio la primera señal. “Dígale a su mamá que le cuente la verdad”, le susurró un día cuando se iba con una bolsa de sábanas sucias de vuelta a su casa. A mamá se le clavó esa duda como un alfiler en el pecho. Se dio media vuelta y vio a su madre con ochenta y un años y dos preinfartos a cuestas. De la rubia coqueta encaramada en tacones altísimos, sólo quedaban los ojos fieros y celestes. La abuela apenas caminaba, usaba unas pintoras floreadas y se le escapaban los recuerdos. Ahora sorbía una sopa ruidosamente mientras miraba la tele con unos anteojos gruesos. El último diagnóstico de los doctores había sido irrevocable: en cualquier minuto su corazón dejaría de latir y no había nada que hacer al respecto. Mientras la miraba terminar la sopa sin sal que tenía enfrente, mamá sintió en la guata que sí existía una verdad por revelar. Y que no podía dejar que la abuela se muriera sin habérsela confesado.
Siempre pensé que este trozo de texto sería el primer capítulo de mi novela. Hasta ahora, eso es un sueño, porque la historia que sigue es real y dolorosa y porque soy muy N.N en el mundo editorial. Pero ahí está mi esta hojita huacha, recordándome que tengo una misión pendiente, aunque me dé susto, no me la crea y me tire al suelo de vez en cuando. Comenten ustedes, qué les parece este inicio de caída libre.
Y lo otro: este viernes prometo un nuevo Grandes Exitos. Y de ahí en adelante, cada viernes. Pero comprendan que este aterrizaje ha sido raro, lleno de sorpresas y cosas por descubrir. Deme tiempo de digerir un poco.

02 julio 2006


OJOS DE PAPEL
Pato dobla papeles. Convierte un cuadrado de colores en un rinoceronte, un toro o un oso polar. Tiene su casa tapizada de animalitos de papel de distintos tamaños que lo escoltan como un ejército de lustre. Pato me escribó durante los dos años que escribí Grandes Exitos en la Zona. Todos los días, sagradamente. Sí, es freak, medio loco e incluso pasa por psico. Pero Pato me mandaba sus figuritas donde yo estaba incluida, con alguna frase que alguna vez tuve en la punta de lengua y que no pude vomitar. Y yo, metida en el diario, en un lugar frío y oscuro llamado Siberia, me conmovía. Y me preguntaba cómo tanta paciencia con alguien que no siempre le contestaba sus correos, como yo.
En el verano conocí a Pato. Claro, gracias a mamá que tiene una bocota enorme y jamás procesó el hecho de que yo escribía la columna con un seudónimo. Mamá tenía una amiga que hacía origami, una amiga que la invitó a una exposición de papeles vivos. Mamá fue y conoció a Pato, el anónimo amigo del cual yo le había hablado. Piola como ella sola, mamá abrió rauda su agenda. Le mostró una foto mía al Pato, le dio mi nombre de carné y le contó toda mi vida y obra. También, por supuesto, le dio mi teléfono y mi dirección. "Pase a tomar once, mijito", le dijo mi vieja. Así es que un par de días después, apareció Pato en mi departamento. Con una carpeta llena de papeles lustre y un oso polar de papel que bauticé como Lucas. Con él, hice un pingüino y una garza. Mamá, también. Luego, me dejó un manual básico de origamis y se fue. Y cada día, como siempre, siguió mandándome sus mails con animalitos sabiondos que conocían frases orientales y lúcidas. Hasta que hace dos semanas, cuando terminó mi columna en la Zona, me mandó un regalo final. Uno que guardo en mi computador, a pantalla completa, para no olvidarme que alguna vez escribí a pedacitos la historia de mi vida.

28 junio 2006


MISS CHILE
Porque todas tenemos algo que decir, sobre todo la jefa, visite y postee en:
http://misschile.blogspot.com
Ella está contigo. Palabra de mamá.

26 junio 2006


CASI FAMOSA

En septiembre del año pasado estuve a punto de ser portada. Pero claro, como esta es mi película, no lo fui. Era para la revista colorinche. En un nulo esfuerzo de producción, postulamos las cuatro chicas del equipo para ser el rostro - con tortazo incluido - de nuestro número aniversario. De cuatro, salí segunda. No está tan mal. Aparte, la que ganó fue mi gran amiga Pau. Por eso, la derrota no fue tan flagrante y suicida. Finalmente esa tapa se convirtió en leyenda porque fue la última edición de la revista colorinche. ¿Ya sabe cuál era? Si lo sabe, en todo caso, es poco probable que dé conmigo. Una no puede andar firmando como Pepa en revistas de grandes. Para eso una tiene un nombrecito en el carné.

23 junio 2006


DOÑA CATA
Esta es mi famosa amiga. Con ustedes, redoble de tambores, doña Cata. "Ella, la peor de todas" o "Cata, la mujer metralleta" para los cercanos. "Cata Salvaje", sirve también. (Al lado derecho, esta humilde servidora).

22 junio 2006

VUELA, VUELA
Track 105: Lucy in the sky with diamonds, The Beatles.

Mis rodillas topan el asiento del frente en el avión y a mi lado va un gringo pelado al cero que ronca como si se hubiera tragado un gato. Voy con mi cartera bien agarrada con las dos manos, evitando mirar por la ventana y escuchando por mis audífonos Lucy is the sky with diamonds, Lucy is in the sky with diamonds. Pero yo no voy rodeada de lujos ni nada que se le parezca. Al ladito mío sólo viajan nubes blancas y el cielo. Y hacia abajo, el vacío.
No sé cómo diablos quise lanzarme a lo Superman con unas alas de cartón por la terraza de mi departamento cuando tenía cuatro años. Alguien debió darme ritalín cuando era niña. Ya lo decía mi profe jefe: yo era una hiperkinética que incitaba a mis compañeros al desborde. Todo porque les decía la pura y santa verdad. Que el profe de música nos miraba las piernas a las niñas del curso, que se relamía los labios cuando nos miraba tocar flauta con nuestras rodillas huesudas al aire y que eso se llamaba abuso sexual. Que el colegio cobraba más de lo que valía, que a la directora tiesa y contenida le faltaba un buen revolcón, que los profes no nos dejaban opinar porque pensaban que éramos idiotas y que de alguna manera a ellos les convenía perpetuarnos así. Pero mamá nunca pescó a mis profes acusetes. Mamá metralleta estaba chocha de tener una hija revolucionaria. Por eso entraba a la sala de profesores mostrando los dientes, interrumpiendo a quienes querían hacerla creer que yo era la nueva niña de La Profecía, exigiendo el libro de clases para refregarles mis notas en la cara. “¿Ve? Buenas notas. Excelentes. Usted no va a venir a decirme cómo es mi hija. Es una niña despierta. Si los demás no son así, no es mi problema”, espetaba mi mamá antes de irse furibunda para su oficina. En mi época frustrada de Superman, ella era la Superwoman de verdad.

Mamá literalmente volaba por mí. Preparaba el desayuno, cocinaba mi almuerzo, lo ponía en un termo que olía a vertedero (ojalá alguien haya sacado del mercado esas porquerías), me incitaba a leer y pensar todo lo que me ocurriera en el día y me dejaba en la puerta del colegio. Y luego con su capa camuflada en su traje de dos piezas de secretaria, se iba rajada a la oficina de un viejo que la gritoneaba todo el santo día, como ella decía. Para una fiesta de fin de año de la empresa lo conocí. El jefe de mamá era un larguirucho de dientes amarillos que caminaba con el pecho inflado y hablaba con la boca chueca. Un tipo de terno que me pellizcó una mejilla cuando mi mamá me presentó. “Así es que tú eres la hija de Beri”, me dijo haciéndose el simpático. “Así es que usted es quien le grita a mi mamá todo el santo día”, le contesté yo. Mamá se puso roja de plancha. Su jefe también. Y yo me quedé bien plantada esperando una afirmación. Pero mamá me agarró de un ala, pidió disculpas por mí y me llevó a jugar taca taca. A veces la niña era más despierta de lo que ella había presupuestado. Por eso, también voy en este avión. Quiero ser más despierta de lo que yo misma me creo. Pero también, para ganar mi propia capa de superhéroe, llevarla de vuelta a casa y mostrársela a mamá para decirle que ya aprendí a volar. Pero sobre todo, gracias a ella y sus superpoderes.

21 junio 2006

CAÍDA LIBRE
Alguien me ha jaqueado. Se cayó mi páginita recién en construcción. Y yo, tan re huasa, no sé cómo arreglar este enredo. ¡Ayuda, por favor!

18 junio 2006


UNDER CONSTRUCTION
No sé usar esta huifa cibernética. Pero estoy aprendiendo. Y construyendo lo que será este blog. Paciencia, por favor. Estoy trabajando para usted. Gran inauguración gran este viernes 23 de junio. No se saque los pelos de la cabeza ni se muerda las uñas. Yo sé por qué se lo digo. Sólo dele tiempo a esta huasa para que aprenda a navegar a la altura de las circunstancias. Mientras, puede seguir posteando en www.zona.cl/ColumnaxEntrega.