16 octubre 2010

Desde Lima, con amor

Por Pepa Valenzuela




Es la gente acostumbrada a las costumbres la que lo hace. Es la gente que no piensa en lo que quiere, sino en lo que debe ser para no quedar mal con los demás. Es la gente rebaño la que se cuela en tu cabeza desde niña y te escribe una pauta mental de lo que supuestamente debiera ser tu vida. Lo que supuestamente debieras ser como mujer. Lo que supuestamente se espera de ti. Y después, claro, lo esperan. Y siguen tu vida para ver si lo logras o fracasas de acuerdo al calendario. Por eso, cuando las cosas no salen como debieran ser de acuerdo a esa pauta del rebaño, una se frustra. Y se pregunta qué diablos tiene mal. Se deshilacha en preguntas y en tristezas. Sabe que el resto la ve coja y una se llega a sentir coja de verdad, sin estarlo. Así me sentía yo hasta hace poco. Hasta que un día miré ese protocolo y me di cuenta de que por lo menos a mí, me parecía una lata feroz. De un aburrimiento sin límites. Algo que definitivamente no quería para mí. Quizás por eso no lo había cumplido: porque jamás se había ajustado a mis expectativas, tan escondidas por las costumbres de otros. Y entonces solté. Y dejé que mi vida tuviera pauta propia. Así de repente, tenía un novio peruano conmigo, en Chile. Y así, de repente, yo estaba con él en su casa, con sus padres, hermana y amigos en Lima. Paseando por Miraflores, La Punta, Barranco, el centro histórico, siendo más feliz de lo que nunca he sido y sin la menor idea de que lo pasará más adelante. Comiendo ají de gallina, lomo saltado, chifles, chicharrones, ceviches, pisco sour casero, causa, tallarines rojos, papitas a la huancaina. Despertando contenta al lado de un hombre que me encuentra hermosa cuando estoy horrible. Abstraída de las angustias del trabajo, la competencia, el dinero y las obligaciones. Conociendo una ciudad que por ahora no tenía planificado visitar y gastando unos ahorros que ni yo sabía para qué los guardaba. Desde Lima, con amor y con mi amor.


Lima es una ciudad muy distinta a Santiago. Y los peruanos son muy distintos a los chilenos. Lima tiene un tráfico caótico, hay convys donde la gente viaja apretadita, micros viejas, como las que había previo a las amarillas aquí y taximotos, un casino de juegos en cada cuadra, comida peruana exquisita por todos lados, taxistas con los que una regatea por carrera, una costa bella, un centro histórico limpio y bien iluminado de noche que llega a ser precioso. Los peruanos son gente amable, simpática, de risa fácil. Siempre tienen tiempo para conversar con otro. Son impuntuales, desordenados, más latinos que los chilenos, todos saben bailar bien. Son apegados a la familia y se divierten con cosas sencillas. Hablan bien y no dicen tanto garabato como nosotros. Mientras estuve allá, todos veían por la tele el rescate de los mineros y se alegraban por nuestro país. Los peruanos me trataron como una reina y yo me los llevo a ellos, a Lima, a los amigos que allá hice y cómo no, a mi amor, en el alma, hasta Santiago, hasta mi casa, en mi memoria para siempre. Que viva Chile. Que viva el Perú. Que viva el amor que no tiene aduanas ni prejuicios idiotas. Y que viva la vida sin pautas ajenas.